Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

21 diciembre 2006

Cuarto Susurro

No olvido
ni tu ojos, ni tus pesañas.
El tiempo que pasa
las garabatea
en la memoria
una y otra vez
y se niega a
borrarlas sin gloria.

No puedo
evitar pensar en tu boca
ni tus aires, ni tu lengua.
El pechocho gusto
y sabroso silencio
solo crujido por
pequeños mullidos
y bulliciosos besos.

No es posible
intentar apartar tus manos
ni la cintura, ni la nariz.
Aun cuando requiera
de las mías para entenderlo,
son movimientos
involuntarios con voluntad,
que en solitario
no suele aprendérselos.

No es justo
lo que quiero irme
y menos triste sentirme
porque haber conocido
es haber encontrado una luz
que por primera vez no molesta
ni enceguese, ni provoca
el alejamiento de la mirada.

Porque es una luz
tenue y brillante al observarla
de grandes matices
y posibilidades que depara
de fondos y transfondos
y aún asi, no hay con frenarla.

Porque es un aliento
sin sabor a viejo,
fresco y suave como una sábana,
que murmura palabras
y susurra pedidos
y se encuentra atascada
queriendo latidos de
infinitos mismos corazones.

Porque se enciende
y se apaga, y se vuelve,
y otra vez, y no para de
ser quien es,
parada, caminando, corriendo,
siendo un privilegio de miradas
y sofocantes ataques
tiernos, con vuelvos y accidentes.

Y asi, sigue parada,
y sabe del respiro
y sabe del tiempo
y sabe del silencio
y sabe de la quietud
y sabe de la presencia
y deseo sorprender
y deseo ser
y deseo amanecer
y deseo heladamente
y pienso o no pienso
ni siento o siento
que puedo o no puedo
pero no hay dudas
de lo tanto y mucho,
con tantos adjetivos
sinonimos y calificativos,
que te quiero.

19 de Diciembre de 2006

... VA

13 diciembre 2006

Propiedad

Es el tiempo de las tierras sin dueños. Como los surcos de la arena, como los sueños.
En diferentes momento o en otros. Pero en esos que son, ni de relatos ni de cortos, mas bien, de historias sin dirección o código postal para encontrar.
Sin embargo, en los países comunmente como subdesarrollados, a los que paso a llamar "países", son las cuestiones puramente cotidianas las tierras sin dueño. En los alrededores de cualquier parte existen, pero tambien las hay adentro. Ahi, justo donde hay huecos, donde se asientan los sin propiedad con esa necesidad de apoderarse de algo.
En otras épocas no existía tal cosa ni tal otra, pero seguramente hubo apropiados y despropiados.
Mas, aún, cabe recordar que nadie es dueño de algo, a menos que el clamor popular y el clamor interior coincidan en la misma premisa.
Los sueños, se tornan indescifrables, sobre todo cuando el borrón sobreapasa los tiempo de recuerdo, y se apodera de las imágenes. Con el paso del tiempo, el ser humano se ha vuelto en un soñador empedernido, en un adicto al sueño. "Soñar no cuesta nada". Claro que no, materialmente, monetariamente, no. Pero, ¿que hay del costo de la vida?

... continuará...

05 diciembre 2006

I

"Ciertamente, no hay nada cierto
si es tu disierto ese lugar incierto.
Que quieres de lo que yo quiero,
por que si eres tu, es un acierto."

Clausurado

Estas son las últimas cosas, escribía ella. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Como las vacaciones pasadas. Como los últimos caminos, los últimos puentes pasados, los autos en la carretera. Estas son, las cosas que no volveré a ver jamás. Los bellos paisajes, sus sierras, sus lagos, los pájaros de alta montaña, las aves de mar, las escurridizas ardillas, las liebres tímidas y los conejos del campo.
En realidad, no quisiera verlas más. Es mi decisión, y es irrevocable. No lo intentes. Desde el momento en que me perdí correteando a una de ellas, caído al lecho de la cascada del arroyo por el mini barranco, volver temblando de frío a media tarde cuando el sol ya caía, y verla en la puerta, esperándome para jugar nuevamente. Creo que eso desencadenó mi decisión. Esa noche, quise a toda costa, atraparla y cocinarla. Mi madre estaba en la cocina, y yo corría por fuera. Y ella me preguntaba, ¿qué haces?. Nada, respondía yo. Pero quería atraparla a esa maldita liebre, guardarla en un caja, y cocinarla algún día que ma no me vea.
Indefectiblemente, esta decisión la vengo tomando desde hace mucho tiempo. Claro, que en aquellos momentos, eran simples situaciones, que podían suceder en una casa como esa. Yo jugueteaba con todos los animales, excepto uno, el caballo. Siendo chica, dicen mis padres, me agarre a la pata del caballo con tanta fuerza como lo hacía con mi padre cuando llegaba de la ciudad. Pero eso, el caballo no lo entendió, y me lanzó por el aire. Siempre me llamo la atención porque no se sentía atracción por los caballos. Nunca iba al establo, a menos que mi madre me pidiera que llevara algo. Ese lugar era muy grande, y yo me perdía en mi dimensión de niña. Y de noche era tan oscuro, que ni la luz de la luna –cuando había– que entraba por las ventanas cercanas al techo en ve, lo iluminaban. Creo mejor, que desde lo del caballo, comencé a tomar la decisión, inconscientemente.
Esto no es todo, para tu asombro. Cuando nos mudamos a la ciudad, porque yo debía comenzar mis estudios en el colegio, mis compañeros me decían de todo. Granjera, cara de conejo, ¿trajiste la pala?. Y si bien, yo me sentía orgullosa de todo eso, no quería que me lo repitiesen en la cara, casi escupiéndome, y encimándose en cada recreo. No se si fue tan así, era la imagen que me quedaba, la de todos apuntándome con sus miradas, acusándome de haber nacido en una cuna de paja. Esos niños eran malos, y las niñas peor. Ellas se la pasaban con sus espejitos chicos de mano, y sus cepillos, los mismos que usaba para peinar a los animales. Pero ellas, eran personas, y nunca se me hubiera ocurrido pasarme eso por la cabeza. Ahora de más grande, creo, pienso, ellas eran animales.
El tiempo fue curando todo, a tal punto que mi primer novio lo tuve en último año de la escuela primaria, pero ese verano se perdió. Volvimos al campo de vacaciones largas, para festejar que había terminado mi primer etapa de colegio. Cuando volví para inscribirme en el colegio secundario, de camino hacia el lugar, pasando por aquellas calles donde el me besaba, estaba allí. Era la calle de sus besos, no de los míos, era su espacio, porque en mi lugar había otra niña. El nunca se dio cuenta de que pase detrás de el, mirando en el punto fijo, porque estaba de espaldas, en cambio, ella si. Levanto la mirada, y me guiño el ojo. Ella no me conocía, pero yo a ella ahora si.
En el colegio secundario mi mala suerte estuvo a punto de romperse. Mi primer año fue excelente, tenía muchos amigos, y había comenzado a salir de noche con ellos. Al otro, a las dos semanas de comenzadas las clases, mi padre me aviso que debíamos mudarnos de ciudad, por recientes negocios en otros campos. Me despedí de ellos tan rápido, en una clase, que nunca supe si realmente eran amigos o compañeros de curso. La inscripción al nuevo colegio no tubo éxito. Ya habían pasado las fechas iniciales, las prórrogas, y ni siquiera quedaban vacantes. Entonces fui al nuevo campo a ayudar a mi padre.
Lo primero que hizo fue enseñarme a montar un caballo, a pesar de mis excusas para no hacerlo. Ni bien me subí, el caballo se alzó de cola y espalda y luego levantó sus patas delanteras a la altura de su pescuezo. Caí y nunca más me subí a uno. Todo el año acompañaba a mi padre en la tarea. Los peones que cada tanto venían a hacer trabajos de mantenimiento, me miraban constantemente. Y eso era incomodo. Ahora me doy cuenta. Estaba comenzando a crecer mi cuerpo. Al año siguiente retomé los estudios. Mi iba mal, había perdido un año de práctica. Repetí. Luego pasé los dos años siguientes tan rápido que no recuerdo nada de ello. Solo me viene a la mente, los constantes retos de mi madre, su posterior enfermedad, el velorio, el camino al cementerio, y el camino de vuelta a casa. Los caminos a la escuela como si nada. Mi padre se preocupó mucho porque no hablaba, entonces me daba plata para salir los fines de semana y conocer chicos. Me quería ver en compañía. Pero yo no le hice caso, y comencé a ahorrar. Cuando llegó el último día de la escuela, todos se abrazaban y se ponían de acuerdo para encontrarse, salir a festejar. Yo no decía nada, solo escuchaba, y me pareció estar de más. Por lo tanto, me fui, lo cual nadie notó. Camine hasta la terminal de ómnibus, y leí los destinos. Ese con montañas y lagos. Fui pregunte por ese, y respondieron el precio. Pedí dos. Uno para mi y otro para mi padre.
Cuando llegué a casa, papa no estaba. Espere hasta la noche y el no llegó. Al otro día el no estaba en su cama y pensé que habría llegado tarde y que se había levantado temprano para ir a trabajar. A la noche, me enteré por los agentes de policía en la puerta. Había sufrido un accidente con una máquina en el campo, y ya no estaba más. Al otro día, tú apareciste, y yo no sabía quien eras. Tuve que hacer un gran esfuerzo para darme cuenta que eras un compañero de secundaria.
Como tenía dos pasajes, por eso te invité. Y creo que fue lo único genial que me pasó desde que nací, las montañas, tus manos, los lagos, tus ojos. Nunca supe nada, hasta que estuve con vos. Conocí todo de golpe. Al principio pensé que te aprovechabas de mi ingenuidad, pero supiste ser caballero, para tenerme solo la última noche antes de volver.
Ahora solo espero que eso no sea un impedimento, no se los dije. Pero ahora te digo, que todo eso fueron las primeras y últimas cosas, gracias por todo. Te lo agradezco realmente, pero ya es tarde. Esta decisión la tomé hace tiempo, no se cuando, pero hace largo tiempo. Cada vez que recuerdo más, creo haberla tomado desde ese momento. Mis padres no volverán mas, ni lo campos. Si quieres puedo hacerte notas para que te quedes con ellos. Tampoco volverán los paisajes. A partir de mañana, estaré en el noviciado. Y no me busques porque está clausurado.


Ejercicio del Taller de Escritura de la UNQ, Ana Jusid,
sobre una frase de "El país de las últimas cosas" de Paul Auster