Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

19 septiembre 2007

Composición susurrante - Undécimo

He decidido tocar un piano sin teclas
y pararme sobre la tapa
para sentirlo vibrar dentro mío.
He decidido tirar lágrimas sobre las hojas,
si las había, y convertirlas en sombras,
en manchas e interpretaciones distintas.

He decidido dar mi concierto por los sueños,
cuando solo puedan escucharme
sin que yo pueda verlos.
Porque me intimidarían los aplausos
a una música que no compuse queriendo,
ni que la pensé cantando.

No he decidido aún que hacer con los borradores
de la composición comenzada.
No se si archivar notas añejas
o crear otro lenguaje de símbolos abstractos.
No se si comprar lápices de punta fina
para dejar el mínimo detalle de los actos
o un trazo grueso que me permita
ser dudoso de a ratos lujosos.

No he decidido que hacer con los destinatarios
ya que he reducido el público
a un propio estuario,
existente sólo cuando no estoy.
Pero no debería ser tan ingrato,
ya que ellos han valorado la composición
y ancían con ancias escucharla alguna vez.

He decidido llamar a los ladrones
para que roben a destajo lo que encuentren,
y ver cuan valiosos eran los pentagramas.
Por desgracia, se llevaron mi plata,
unas cadenas que parecían de oro,
pero ningun hoja rayada de cinco
ni garabateada con espacios
y anagramas chinos de música.

He decidido apelar a la ignorancia popular
acerca de los sentimientos,
y llamar a los ladrones para insultarlos,
depurarlos y amedréntarlos
con rugidos feroces, ya que,
si era todo tan valioso,
debían haber visto lo más importante,
llevárselo y venderlo en los mercados.

No he decidido aún de que se trata
el próximo llamado, ya que al parecer,
no es tan importante como para mi
los solfeos melódicos registrados.
No he decidido porque sin darme cuenta
ya había intentado mojar las hojas
y no creo que alguien entienda,
ni tenga inteciones en tratar de comprender
las melodías ahora desdibujadas.

A partir de una foto disparadora en www.fotolog.com.ar/lutoms

El susurrador - Un décimo susurro propio

Hondo de trasfondos
rojos de fu
ria de solución, í.
Obtusos colapsos
algunos retazos deshojados
de la luna y la noche.

Olgar lo pasmo
lo espiral y solo marrón
manchar el haz de estrellas.
Dos colmillos sangrados
y portezuelas golpeadas.
Hundid en bajos fondos.

Los coros de los árboles
que de coplas saben mas que yo
y de solos sueltos y cabizbajos
se lamentan por mi cuello
que se quebró, colgando mi pelo,
soltando el peso contra la espalda
y la presión de la corteza.

Un espectro sin sensaciones
y colores en blanco y negro.
Fotos rasgadas y lentos vientos.
Folios vacíos y etiquetas sin contenido.
Caminos sinuosos
hasta el barranco
y una escalera sin pasamanos
hasta la orilla y el camino
de salida.

13 septiembre 2007

El vuelo - Siete historias mínimas

VI

En el horizonte del pasillo se entiende que solo cabe una idea: la cabina. Entre medio, cientos de nubosas cabezas descolgadas y innumerables cabezales cuadrados. Quien sabe lo que se esconde debajo de las cabezas, pues los asientos tapan todo.
Un laberinto entre cueros. Al fondo se aprecia una mujer de pelos ligeros, donde su corteza se deja ver entre algunos lunares. Se menea de derecha a izquierda y siempre recive como respuesta niños risueños. De repente, el niño de al lado del pasillo, pasa fugazmente al otro lado, al asiento de enfrente, y caen dos zapatillas hacia el pasillo. Se desatan de sus agujeros dominantes y se unen en un par inquebrantable, que comienza a caminar en un solo paso hacia mi.
Ya imagino el descenlace, pero por suerte, un señor saca su zapato extra large y detiene al par. Se aprecian sus gordos dedos tomando a los gémelos pares del niño, dos mechones de cabellos que van hacia el piso. Se detiene un instante y desaparece por fin mi peligro. Me quedo mirando tras su asiento y enseguida quedo atónito ante el niño que salta, que sobresale en espamos por sobre su lugar y golpea contra el techo del avión. Es increible que nadie lo observe, nadie lo ayuda. El hombre de los dedos gordos se ha hundido y quiza duerma, por lo que nadie podrá ayudar a ese niño.
Al cabo de tantas subidas, se escurre el chico tras su remera y cae, dejándola en el aire. La remera se aleja de él y toma poseción del par extraviado, que comienza a caminar por el techo. La remera se flamea y comienza a absorver de los asientos distintos prendedores, hasta que en un momento, el peso de todos estos, la hace caer. Se escucha un gemido y las zapatillas tiemblan. Una mujer se inclina y mira asombrada. Abre el espacio del cuello y queda hipnotizada con su mirada quebrada hacia abajo.
El avión cae en un bache, y se desestabiliza la mujer, hacia el piso, y la remera con zapatillas hacia mi. Me tapo los ojos, pero es tarde. Es pura imaginación entonces lo que pueda detener el ojo invisible tras este suceso.
Si acudiera a mi mente real y construyera imágenes basadas en mis pautas de aprendizaje, entonces todo sería muy normal. Sin embargo, no creo en mi mente real, creo en mi mente irreal, que construye y destruye posiblidades sin ningun tipo de causantes ni consecuentes. Sería la única manera de librarme de tal acoso.


V

A las 5.55 partía el vuelo con rumbo cercano. Solo que la lejanía residía en ese ser querido, a cual se lo acompaña por rutina, pero en medio de melancólicas horas y un amanecer a orillas del río, frente al aeropuerto. El taxi llegó 15 minutos antes de lo pautado, y todabía las lagañas mantenían conversaciones acerca de si el agua estaba fría o caliente para esas horas. En la mesa del comedor habían dos tazas, el café sobrante del día anterior, un poco de pan y las dos sillas vacías esperando por el viajero y el acompañante de turno de salida.
Las tazas quedaron abandonadas y esperando a su regreso, pues no se podía hacer esperar al taxista tanto tiempo. Al menos, eso indicaba la esquizofrenia del viajero. Rumbo al aeroparque, comienzan a salir de los departamentos los trabajadores matutinos y la ciudad comienza a florearse como todos los días. Solo que ese día, no es un día normal. Es una despedida.
El taxi ya está casi llegando, bordeando la estación terminal de aviones. La pista de salida está justo a nuestras izquierdas, en esa curva larga. Un avión pasa por encima de la reja y nos salva de la estampida, excepto de su estruendo entre la quietud del cielo todabía azul oscuro empezando a empaparse de pequeños brillos en el horizonte.
La costumbre indica, darle la propina al chofer, entrar rápido y buscar un lugar donde retirar el ticket y hacer los chequeos. Mi cara está totalmente desencajada, y tengo la sensación de que los guardias me miran y me observan. Me dirijo al baño y compruebo tal presunción de la seguridad. Mis ojos están colorados, casi llorosos. Mientras tanto, el pasajero ya tiene su boleto y debemos esperar casi media hora al embarque.
Esto se desencadena en un café de último momento, tratando de borrar el amargo recuerdo de las tazas de casa en la mesa bajo la tenue luz de la lámpara. Por los ventanales, el sol deja de ser brillos que se filtran entre la oscuridad y se tranforma en horizonte que comienza a asomar. Por lo ventanales se ven los pesqueros madrugadores y los pescadores de oficio. Pocos, pero dos pasan por la costanera en dirección al Club de Pescadores.
El café se consume, como la pequeña charla, y la hora dice que es hora de embarcar. El procedimiento es rápido, y en menos de lo que creo, estoy afuera del aeropuerto, buscando la parada del colectivo para volver. Pero la imagen que ofrece la costanera es sin igual, e invita a quedarse dormido en un banco, bajo el frío aire del río y su pequeño oleaje que golpea contra el muro. El sol se atrasa en salir y por eso, me detengo de espaldas a él, mirando la pista de despegue, tras las rejas, ya bastante lejano a la puerta de entrada del aeropuerto.
Los aviones se asoman uno a uno, dan vuelta y encienden furiozamente sus turbinas para tomar carrera en su visita al cielo (o intento de acercamiento). Digo, "ese es el avión". Y lo digo cada vez que pasa otro, es que son todos de la misma empresa y como saberlo. Deduzco, entonces, "es ese, a este lugar viajan muchas personas" y me detengo a observar el movimiento del segundo en la fila, esperando por zarpar. Miro cada ventanilla y busco desesperadamente en cada mini asiento, trato de ubicar al pasajero. Todos parecen serlo, pero si fuera alguno, me dirijiría un saludo de manos. Esto no ocurre y veo como el avión se esconde tras el edificio mayor, y luego aparece por encima de él, ya despegado de la tierra y en dirección al río.
No tengo opciones y por ello, decido volver a la costanera, dar vuelta simplemente mi espalda. Allí esta, el amanecer tibio, magenta sobre las nubes que se posan sobre el agua. Lento, lo miro, lo siento y saco fotos con mis ojos. Pestañeo sin flash y me siento en un banco al lado del muro. Me asomo y veo el agua abajo, que sube y baja. Y esto me llama, sin embargo, caigo de mi abismo interior y volteo.
Solo necesito una parada de colectivo y volver, para guardar las dos tazas solitarias en su lugar, para usarlas nuevamente, a su llegada.


IV

Al recibir la llamada, solo atinó a colgar el teléfono lo antes posible. Su voz no era la que deseaba escuchar, sin embargo tuvo que soportarla hasta que el tubo tocase la base del aparato. Tras el parlante se escuchaba la voz de aquella mujer, que por cierto nunca había escuchado por teléfono, pero que reconoció al instante por su forma de entonar. La noticia era la peor que hubiese escuchado en tiempos, justo cuando había conseguido estabilidad emocional hace dos meses con un amiga de la infancia.
Su viaje por aquellos lugares en las vacaciones le había traido unas cuantas historias de pasión. Pero la de la voz del telefóno había sido la última y más duradera. Fueron siete noches de la última semana antes de volverse. Siete noches seguidas, y pués, en tantas veces ya había perdido costumbres acerca del cuidado. Por ello, tras escuchar esa tonada en el aparato, primero se preguntó, "¿como tiene mi teléfono particular?", y luego, "esto no se oye bien". Lo intuyó al instante, lo imaginó sin darse cuenta, y antes de que se lo dijese se tomó de la cabeza.
Su pareja, que estaba allí al momento de atender el teléfono, vio su expresión, que tan solo duró un minuto. Él colgo y se quedó apoyado contra la pared, mirando el suelo y los ojos fijos en alguna baldosa imaginaria. Ella le preguntaba: ¿Que pasa, que te sucede?", y no es que él estaba shoqueado, sino que estaba pensando en que contestarle y como contestarle. Ella entendió que el estado y por ello se preocupó aún más. El rápidamente se dio cuenta de ello, aprovechó la situación, y habiendo conseguido el shock inicial, prosiguió a decir lo que no debía decir: "Ha muerto mi padre". Su padre había muerto de hecho, pero hacía cinco años. Ella no conocía mucha parte de la historia de él, ya que luego de la primaria, ella viajó con su familia a otra ciudad y se separaron. Luego se encontraron tiempo después en la universidad a la cual él fue a estudiar, dejando su casa.
"Tengo que viajar inmediatamente", le dijo. Tomo el télefono, llamo a la aerolínea y reservó un pasaje para la noche. Tomó su saco, una mochila chica con algunas cosas y se fue sin saludar, apurado. Ella entendió la gravedad y no se preocupó. Él debía regresar en unos días y seguramente se comunicaría en el transcurso de su viaje.

III

Tras 28 horas de vuelo, el hombre decidió bajarse del avión sin preguntar cuantas escalas más faltaban hasta llegar a su destino. Había descendido en 5 de las 8 escalas que tuvo. En la tercera de ellas, casi pierde el vuelo. Lo salvó su coquetería. Había dejado a una de las azafatas su anillo prometiéndole que se pondría otro igual dentro de unos años. La misma mujer fue quien recordó lo que tenía puesto justo al momento de cerrar la puerta, y puso una escusa para demorar el vuelo. Se cayo de repente llamando la atención de sus compañeras que estaban allí, adujo un desmayo, llegó una ambulancia a la pista, y la trasladaron al centro de primeros auxilios del aeropuerto. Allí se mantubo durante 20 minutos, mientras los pasajeros unos esperaban en el avión y otros decidían bajar a la zona de embarques. El piloto comunicó que tenían autorización para hacerlo y que avisarían por micrófonos el nuevo embarque.
La azafata, en la enfermería, disimulaba ahora una mejora progresiva. Tras varias reviciones de oídos, garganta, respiración, presión, pulso y cuantas cosas más, tomo unos vasos de agua, unas galletas saladas y se quedó recostada hasta el alta del jefe médico del aeropuerto.
El hombre, regresó creyendo estar retrasado, subió corriendo a embarques y si dio cuenta de que todabía se encontraban pasajeros del mismo vuelo en la sala. Suspiró, sacó un agua de la máquina de bebidas y se sentó. Como para no saber quienes eran los pasajeros del vuelo. Hacía 15 horas debía verles las caras. Los parlantes anunciaron lo esperado, tomó su saco y subió al avión. Al entrar, la azafata en la puerta lo mira y con guiño complice le extiende la mano con el anillo y le dice: "casi se olvida", a lo que él contesta "de usted no me olvido", a lo que ella responde "no, de su anillo".
El hombre en el avión se torna inquieto. Trata de dormir, pero no puede conciliar el sueño. Entonces se lanza a caminar por el pasillo, va hasta el fondo, entra al baño y se sienta un rato. A los pocos segundos alguien toca la puerta, pero él, que tenía puesta las manos en la cabeza tapándose los oídos, no lo escucha. La persona del otro lado, entiende que no hay nadie y entra. Era ella. Él levanta la cabeza al mismo tiempo que ella cierra la puerta y se da vuelta, casi instintivamente levantándose la pollera sin pensarlo. Cuando se da cuenta de su situación se encuentra mostrándole al hombre su ropa interior y se queda atónita mirándolo. Este, tambien se queda atónito, con las manos apunto de agarrarse la cabeza, o mejor dicho, dejándose de agarrar la cabeza, como si se hubiera detenido la acción a mitad de camino entre las manos relajadas y agarrarse la cabeza. El hombre entiende que ella ha entrado por voluntad propia y pues en menos de un segundo solo se para y se dirije a ella. Ella en menos de un segundo se encuentra con los brazos de él tras su espalda.
Tras varios minutos la puerta del baño se abre y ambos se asoman como si una muchedumbre estuviera para vitorearlos o abuchearlos del otro lado. Nada, las luces están bajas, adelante se ven dos azafatas casi borroneadas charlando y entre medio todas las nucas desordenadas en insonmio. Salen y el hombre se sienta en el primer asiendo vacío del fondo que encuentra. Mientras mantiene la mirada en la caminata de ella, que se une luego a la conversación de las azafatas. El sigue mirando. Al cabo de un rato, se da cuenta de que las tres dicen una frase y miran hacia atrás, y así constantemente. El avión aterriza y el baja una vez mas.

II

Estaba en la estación terminal, esperando unas cuantas indicaciones más. Por los vidrios espejados se veían ese sin fin de personas, una muchedumbre enloquecida, correteando por el gran hall. En el fondo, casi fuera del alcance del horizonte de mi vista, una chiquilla sentada en un banco, sola. Miraba para todas latitudes, con los brazos cruzados. Desde aquí no divisaba exactamente la expresión de su cara, pero su cara se movía para todos lados.
Atento a esto mas que a el altavoz, mantenía la mirada fija en aquel punto, que se esfumaba ante cada persona que pasaba de un lado al otro. La veía de a partecitas, siempre con la cabeza hacia un lugar distinto. Afiné la visión y encojí mi cuello hacia adelante, y obserbé mas detenidamente. En sus pies llevaba unos zapatitos blancos, era lo que mas se notaba desde aquí arriba. Sus rodillas estaban sucias, mas bien raspadas, y sus medias... no tenía medias. Yo tenía abrigo, y allí abajo supuse que tambien hacía frío. La muchedumbre estaba bien abrigada mas bien.
En cambio de arriba tenía un saco color verde opaco con capucha, que la tenía cubriendo media cabeza nomás. En sus muñecas habia unas pulceras, que parecían mas bien brazaletes de lo grandes que eran. Típico de niñas. Su edad no alcanzaba, supondría los diez años. Y por las dudas mejor no saberlo.
Mi cabeza estaba aún mas compenetrada tras el vidrio espejado. Sus ojos parecían bien blancos, casi sin pupilas, y estaba tratando de descifrar su expresión cuando de pronto un anciano sin bastón, pero con anteojos negros, me lleva puesto y me pide perdón mirandome a los ojos. Yo cortesmente devuelvo su pedido y rápidamente volteo la mirada hacia el hall.
La niña no está en su silla. Miro en las sillas aledañas y tampoco, quizá había perdido el sentido del punto en el espacio. Pero no, era esa silla. Empiezo a recorrer velozmente como una mira de fusil toda la sala, en zigzag y cerca, debajo mío veo dos hombres, tomándola de los brazos, y dejándola caer al piso. El refilón de balcón donde estoy y el vidrio por encima no me dejan observar mas de cerca. Hubiese sacado la cabeza para mirar mejor. Me inclino lo que puedo hasta achatar mi nariz, pero no llego a ver mas que dos hombres robustos mirando hacia abajo de donde estoy yo. Llego a divisar las manos de la niña que se aparecen por mi campo visual unas cuantas veces, como una desesperada mujer que se ahoga en el mar, sin salvavidas ni nada.

I

El avión se elevó, un lunes por la madrugada, como si nada. Bajo las infinitas estrellas y una luna que pretendía ser llena, pero ya era cuarto menguante. Su carrera hacia el cielo es una formalidad, como dentro de él, donde los discursos sobre emergencias, precauciones, prohibiciones y horarios se suceden unos tras otros.
En su posición oblicua, los pasajeros se retuercen de miedos y paranoias, hasta que por fin sienten el nivel. Los líquidos internos dan la sensación de tener algún paralelismo con el piso, y entonces todo vuelve a la normalidad.
Por fuera de las ventanillas se ve a lo lejos un leve brillo tras el firmamento, hacia el occidente. Al cabo de dos horas, el primer asiento se encuentra vacío, mientras que el resto padece de somníferos prolongados. Por el pasillo la mujer recorre sin pensar con la cabeza gacha y los ojos perdidos. La azafata se le acerca y trata de convencerla de que se siente, pero la mujer con algunos ademanes de brazos intenta decirle que se aleje. En eso, un pequeño bache en el aire y la mujer cae al piso. No se levanta y queda quieta sentada con las piernas abiertas en el suelo, las manos pesadas hacia adelante y entre medio la cabellera que cae hasta la piso. La azafata, que se reincorpora se va hacia atrás. Al rato trae a un comisario a bordo y otra azafata más, quienes la toman a la mujer del los brazos y la devuelven a su asiento, adelante.
Yo desde la mitad del avión, vuelva la mirada hacia la ventanilla. Entre medio, dos personas despatarradas durmiendo tapadas con frazadas. Tras el vidrio el cielo estrellado, y en el reflejo, los niños de mi derecha del otro lado del pasillo, que juguetean sin dormirse.

Tres lugares en mi mente

Cielo oscuro, desierto
sin textura, sin delirios,
repetitivo y un ser invivo.
Lugares remotos, repito,
ciertos mareos sin ser vistos,
celosos colores del atisbo,
centenares de sermones.
Retorcijos sin siquiera,
un acertijo que joroba y
desprende olores, fueros,
lejos en aromas repletos de
desamores y fluctuosos morosos.

Revividos en superficies
delicias y matices brillosos
decorosos y sin melancolía.
Que deja llevar en siluetas
sin resueltas desiluciones
con tiernas repetidas
perdidas limitadas y soslayadas variadas
resultantes de besos.

Calmo para el filo
el que en el vértigo
desfila y desliza la paz
la revuelta interior
y la confrontada lista
de poemas sin destino
y prosas sin abismo.
Solo sobrios algodones
y amalgamas de un solo color.
Solo el fresco, la mente
que se detiene en días
y se retuerce en minutos.
Que deja llorando al oscuro
y al oleaje y que llora asi mismo
cuando no se entiende en su
liso amanecer y listo decaer
(no comenzar ni atardecer).

Y por allí lejano, lo que no cabe,
lo que pertenece a uno ni a nadie,
lo que es continuamente esquivado
sin ni siquiera enteder su estado,
lo que se trasluce por donde sea
y no tiene forma de esconderse
aún de noche, aún en penumbras,
aún allí esta el nexo a todo
el brilo a las desiluciones,
a los vómitos del alma y
a las resacas del corazón.
Sin embargo aparece, se posa,
se exparse, se dispone
y no puede, aunque siendo opuesto,
no posarse sobre el mas inhóspito.

Publicado por primera vez, a razón y como punto disparador, de una foto en www.fotolog.com.ar/lutoms

03 septiembre 2007

La sombra solitaria

Solitario decrece,
se dilata en huelgas
y en payadas caseras.
Solitario derrama
y despilfarra fantasía,
ninguna cortesía
y diestras formas de alejarse.

Solitario se liquida
y cobra por anochecer.
Se paga al contando,
montado en caballo
hacia el poco sol de ayer.

Solitario, sin receta
decidida, ni botella vacía.
Sin colorario en sus manos
y pocas venas abastecidas.

Solitario, como el río.
Frío de noche, abastecido.
Calmo de día, pero traicionero.
Puro oleaje en la luna
y una cuna sin dueño.
Ni mantas, ni juguetes,
ni sonajeros, ni llaveros.
Sola agua que fluye
solitaria cantando su aria
para la desaparecida,
para la sombra que ni amo tiene.
Porque solitario se detiene.

Publicado por primera vez, a razón y como punto disparador, de una foto en www.fotolog.com.ar/lutoms

El ruiseñor y la rosa

Oscar Wilde

- Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas -exclamó el joven estudiante-; pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó extrañado.
- Ni una sola rosa roja en todo mi jardín -exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas.
- ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.
- He aquí por fin un verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.
- El príncipe da un baile mañana por la noche -musitó el estudiante-, y mi amada estará entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así es, que estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se me romperá el corazón.
- He aquí ciertamente el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor.
- Lo que yo canto, él lo sufre; lo que es para mí alegría es dolor para él. En verdad el amor es maravilloso; es más precioso que las esmeraldas y más costoso que los finos ópalos. No se puede comprar con perlas ni con granates, ni está a la venta en el mercado, no lo pueden comprar los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza a peso de oro.
- Los músicos estarán sentados en su estrado -dijo el joven estudiante-, y tocarán sus instrumentos de cuerda y mi amada danzará al son del arpa y del violín. Danzará tan ligera que sus pies no rozarán el suelo, y los caballeros de la corte, con sus trajes alegres, estarán todos rodeándola. Pero conmigo no bailara, pues no tengo una rosa roja para darle.
Y se arrojó sobre la hierba, y ocultó el rostro entre las manos y lloró.
- ¿Por qué llora? -preguntó una lagartija verde, cuando pasaba corriendo junto a él con el rabo en el aire.
- Eso, ¿por qué? -dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo a un rayo de sol.
- Sí, ¿por qué? -susurró una margarita a su vecina, con una voz suave y baja.
- Está llorando por una rosa roja -dijo el ruiseñor
- ¡Por una rosa roja! –exclamaron-; ¡Qué ridículo!
Y la lagartija que era algo cínica, se rió abiertamente.
Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció posado silencioso en la encina, y pensó en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó por la arboleda como una sombra, y como una sombra voló a través de jardín. En el medio del césped crecía un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una rama.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son blancas –respondió-, tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que trepa alrededor del viejo reloj de sol y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el rosal negó con la cabeza.
- Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes de que llegue el segador con su guadaña. Pero ve a ver a mi hermano, el que crece al pie de la ventana del estudiante, y te dará tal vez lo que deseas. Así es que el ruiseñor se fue volando hasta el rosal que crecía al pie de la ventana del estudiante.
- Dame una rosa roja –exclamó-, y te cantaré mi más dulce canción.
Pero el arbusto negó con la cabeza.
- Mis rosas son rojas –respondió-, tan rojas como los pies de la tórtola, y más rojas que los grandes abanicos de coral que se mecen y mecen en la sima del océano; pero el invierno me ha congelado las venas, y la escarcha me ha helado los capullos, y la tormenta me ha roto las ramas, y no tendré rosas este año.
- Una rosa roja es todo lo que necesito -exclamó el ruiseñor-, ¡sólo una rosa roja! ¿No hay ningún medio por el que pueda conseguirla?
- Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
- Dímelo -dijo el ruiseñor-, no tengo miedo.
- Si quieres una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con el pecho apoyado en una de mis espinas. A lo largo de toda la noche has de cantar para mí, y la espina tiene que atravesarte el corazón, y la sangre que te da la vida debe fluir por mis venas y ser mía.
- La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja -exclamó el ruiseñor-, y la vida nos es muy querida a todos. Es grato posarse en el bosque verde, y contemplar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perla. Dulce es la fragancia del espino, y dulces son las campanillas azules que se esconden en el valle y el brazo que el viento hace ondear en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, ¿y qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?
Así es que desplegó las alas pardas para emprender el vuelo y hendió los aires. Pasó veloz sobre el jardín como una sombra, y como una sombra atravesó volando la arboleda.
El joven estudiante todavía estaba echado en la hierba, donde le había dejado, y las lágrimas aún no se habían secado en sus hermosos ojos.
- ¡Sé feliz! -exclamó el ruiseñor-, ¡sé feliz! ; tendrás tu rosa roja. Te la haré de música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que te pido a cambio es que seas un verdadero enamorado, pues el amor es más sabio que la filosofía, por sabia que ésta sea, y más fuerte que el poder, por potente que sea éste. Del color de la llama son sus alas, y de color de llama tiene el cuerpo. Sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante alzó los ojos de la hierba y escuchó, mas no pudo entender lo que le estaba diciendo el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.Pero la encina comprendió y se puso triste, porque quería mucho al pequeño ruiseñor que había hecho su nido entre sus ramas.
- Cántame una última canción -musitó-: me sentiré muy sola cuando te hayas ido.
Así es que el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que sale a borbotones de una jarra de plata.
Cuando hubo terminado su canción, el estudiante se levantó, y sacó un cuaderno y un lápiz de su bolsillo.
- Él tiene estilo -dijo para sí, mientras caminaba a través de la arboleda-, eso no se le puede negar, pero ¿tiene sentimientos? Me temo que no. De hecho, es como la mayoría de los artistas, es todo estilo, sin ninguna sinceridad. No se sacrificaría por los demás. Piensa tan sólo en la música, y todo el mundo sabe que las artes son egoístas. Sin embargo es preciso admitir que hay notas hermosas en su voz. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, ni tengan ninguna utilidad práctica!
Y entró en su habitación y se echó sobre el pequeño jergón, y se puso a pensar en su amor, y al cabo de un tiempo se quedó dormido.
Y cuando la luna brilló en el cielo, fue volando al rosal el ruiseñor y puso su pecho contra la espina. Cantó toda la noche con el pecho contra la espina, y la luna de frío cristal, se asomó para escucharla. A lo largo de toda la noche estuvo cantando, y la espina penetraba más y más profundamente en su pecho, y la sangre, que era su vida, fluía fuera de él.
Cantó primero el nacimiento del amor en el corazón de un adolescente y de una muchacha. Y en la rama más alta del rosal floreció una rosa admirable, pétalo a pétalo, a medida que una canción seguía a otra canción. Pálida era al principio, como la bruma suspendida sobre el río; pálida como los pies de la mañana, y de plata, como las alas de la aurora. Como la sombra de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa en el estanque, así era la rosa que florecía en la rama más alta del rosal.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que esté terminada la rosa.!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y su canto se hizo cada vez más sonoro, pues cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una doncella.
Y un delicado arrebol rosado vino a los pétalos de la rosa, como el rubor del rostro del novio cuando besa los labios de la novia. Pero la espina no había llegado aún al corazón del pájaro, así que el corazón de la rosa seguía siendo blanco, pues sólo la sangre del corazón de un ruiseñor puede teñir de carmesí el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretara más contra la espina.
- ¡Apriétate más, pequeño ruiseñor! -gritaba el rosal-, ¡o llegará el día antes de que este terminada la rosa!
Así es que el ruiseñor se apretó más contra la espina, y la espina tocó su corazón, y sintió que le atravesaba una intensa punzada de dolor. Amargo, amargo era el dolor, y más y más salvaje se elevó su canto, pues cantaba al amor que se hace perfecto por la muerte, al amor que no muere en la tumba.
Y la rosa admirable se volvió carmesí, como la rosa del cielo en el oriente. Carmesí era el ceñidor de pétalos, y carmesí como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor se volvió más débil, y sus pequeñas alas empezaron a batir, y un velo le cubrió los ojos. Más y más débil se tornó su canto, y sintió que algo le ahogaba en la garganta.
Moduló entonces un último arpegio musical. La luna blanca lo oyó y se olvidó del alba, y se quedó rezagada en el cielo. La rosa roja lo oyó, y tembló toda de arrobamiento, y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana. El eco se lo llevó a su caverna púrpura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores dormidos. Flotó a través de los juncos del río, y ellos llevaron su mensaje al mar.
- ¡Mira, mira! -gritó el rosal- ¡La rosa ya está terminada!
Pero el ruiseñor no respondió, pues yacía muerto en la hierba alta, con la espina en el corazón. Y al mediodía el estudiante abrió la ventana y se asomó.
- ¡Mira!, ¡Qué suerte tan maravillosa! –exclamó- ¡he aquí una rosa roja! No había visto en mi vida una rosa semejante. Es tan bella que estoy seguro que tiene un largo nombre latino.
Y se inclinó y la arrancó. Se puso luego el sombrero y se fue corriendo a casa del profesor con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en el umbral, devanando seda azul alrededor de un carrete, con su perrito echado a sus pies.
- Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja. -exclamó el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo entero. La llevarás prendida esta noche cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos ella te dirá cuánto te quiero.
Pero la muchacha frunció el ceño.
- Temo que no me vaya bien con el vestido -respondió- y, además, el sobrino del chambelán me ha enviado joyas auténticas, y todo el mundo sabe que las joyas cuestan mucho más que las flores.
- ¡Bien, a fe mía que eres una ingrata! -dijo el estudiante muy enfadado.
Y arrojó la rosa a la calle, donde cayó en el arroyo, y la rueda de un carro pasó por encima de ella.
- ¿Ingrata? -dijo la muchacha-. Y yo te digo que tú eres un grosero, y, después de todo, ¿quién eres tú? Sólo un estudiante. !Cómo!, No creo que tengas ni siquiera hebillas de plata para los zapatos, como tiene el sobrino del chambelán.Y se levantó de la silla y entró en la casa.
- ¡Qué cosa tan necia es el amor! - -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré metafísica.
Así es que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.



-----


Esto es tan aplicable a tantas otras cosas, que por eso lo puse aquí. Mas allá de que el cuento es genial.