Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

13 septiembre 2007

El vuelo - Siete historias mínimas

VI

En el horizonte del pasillo se entiende que solo cabe una idea: la cabina. Entre medio, cientos de nubosas cabezas descolgadas y innumerables cabezales cuadrados. Quien sabe lo que se esconde debajo de las cabezas, pues los asientos tapan todo.
Un laberinto entre cueros. Al fondo se aprecia una mujer de pelos ligeros, donde su corteza se deja ver entre algunos lunares. Se menea de derecha a izquierda y siempre recive como respuesta niños risueños. De repente, el niño de al lado del pasillo, pasa fugazmente al otro lado, al asiento de enfrente, y caen dos zapatillas hacia el pasillo. Se desatan de sus agujeros dominantes y se unen en un par inquebrantable, que comienza a caminar en un solo paso hacia mi.
Ya imagino el descenlace, pero por suerte, un señor saca su zapato extra large y detiene al par. Se aprecian sus gordos dedos tomando a los gémelos pares del niño, dos mechones de cabellos que van hacia el piso. Se detiene un instante y desaparece por fin mi peligro. Me quedo mirando tras su asiento y enseguida quedo atónito ante el niño que salta, que sobresale en espamos por sobre su lugar y golpea contra el techo del avión. Es increible que nadie lo observe, nadie lo ayuda. El hombre de los dedos gordos se ha hundido y quiza duerma, por lo que nadie podrá ayudar a ese niño.
Al cabo de tantas subidas, se escurre el chico tras su remera y cae, dejándola en el aire. La remera se aleja de él y toma poseción del par extraviado, que comienza a caminar por el techo. La remera se flamea y comienza a absorver de los asientos distintos prendedores, hasta que en un momento, el peso de todos estos, la hace caer. Se escucha un gemido y las zapatillas tiemblan. Una mujer se inclina y mira asombrada. Abre el espacio del cuello y queda hipnotizada con su mirada quebrada hacia abajo.
El avión cae en un bache, y se desestabiliza la mujer, hacia el piso, y la remera con zapatillas hacia mi. Me tapo los ojos, pero es tarde. Es pura imaginación entonces lo que pueda detener el ojo invisible tras este suceso.
Si acudiera a mi mente real y construyera imágenes basadas en mis pautas de aprendizaje, entonces todo sería muy normal. Sin embargo, no creo en mi mente real, creo en mi mente irreal, que construye y destruye posiblidades sin ningun tipo de causantes ni consecuentes. Sería la única manera de librarme de tal acoso.


V

A las 5.55 partía el vuelo con rumbo cercano. Solo que la lejanía residía en ese ser querido, a cual se lo acompaña por rutina, pero en medio de melancólicas horas y un amanecer a orillas del río, frente al aeropuerto. El taxi llegó 15 minutos antes de lo pautado, y todabía las lagañas mantenían conversaciones acerca de si el agua estaba fría o caliente para esas horas. En la mesa del comedor habían dos tazas, el café sobrante del día anterior, un poco de pan y las dos sillas vacías esperando por el viajero y el acompañante de turno de salida.
Las tazas quedaron abandonadas y esperando a su regreso, pues no se podía hacer esperar al taxista tanto tiempo. Al menos, eso indicaba la esquizofrenia del viajero. Rumbo al aeroparque, comienzan a salir de los departamentos los trabajadores matutinos y la ciudad comienza a florearse como todos los días. Solo que ese día, no es un día normal. Es una despedida.
El taxi ya está casi llegando, bordeando la estación terminal de aviones. La pista de salida está justo a nuestras izquierdas, en esa curva larga. Un avión pasa por encima de la reja y nos salva de la estampida, excepto de su estruendo entre la quietud del cielo todabía azul oscuro empezando a empaparse de pequeños brillos en el horizonte.
La costumbre indica, darle la propina al chofer, entrar rápido y buscar un lugar donde retirar el ticket y hacer los chequeos. Mi cara está totalmente desencajada, y tengo la sensación de que los guardias me miran y me observan. Me dirijo al baño y compruebo tal presunción de la seguridad. Mis ojos están colorados, casi llorosos. Mientras tanto, el pasajero ya tiene su boleto y debemos esperar casi media hora al embarque.
Esto se desencadena en un café de último momento, tratando de borrar el amargo recuerdo de las tazas de casa en la mesa bajo la tenue luz de la lámpara. Por los ventanales, el sol deja de ser brillos que se filtran entre la oscuridad y se tranforma en horizonte que comienza a asomar. Por lo ventanales se ven los pesqueros madrugadores y los pescadores de oficio. Pocos, pero dos pasan por la costanera en dirección al Club de Pescadores.
El café se consume, como la pequeña charla, y la hora dice que es hora de embarcar. El procedimiento es rápido, y en menos de lo que creo, estoy afuera del aeropuerto, buscando la parada del colectivo para volver. Pero la imagen que ofrece la costanera es sin igual, e invita a quedarse dormido en un banco, bajo el frío aire del río y su pequeño oleaje que golpea contra el muro. El sol se atrasa en salir y por eso, me detengo de espaldas a él, mirando la pista de despegue, tras las rejas, ya bastante lejano a la puerta de entrada del aeropuerto.
Los aviones se asoman uno a uno, dan vuelta y encienden furiozamente sus turbinas para tomar carrera en su visita al cielo (o intento de acercamiento). Digo, "ese es el avión". Y lo digo cada vez que pasa otro, es que son todos de la misma empresa y como saberlo. Deduzco, entonces, "es ese, a este lugar viajan muchas personas" y me detengo a observar el movimiento del segundo en la fila, esperando por zarpar. Miro cada ventanilla y busco desesperadamente en cada mini asiento, trato de ubicar al pasajero. Todos parecen serlo, pero si fuera alguno, me dirijiría un saludo de manos. Esto no ocurre y veo como el avión se esconde tras el edificio mayor, y luego aparece por encima de él, ya despegado de la tierra y en dirección al río.
No tengo opciones y por ello, decido volver a la costanera, dar vuelta simplemente mi espalda. Allí esta, el amanecer tibio, magenta sobre las nubes que se posan sobre el agua. Lento, lo miro, lo siento y saco fotos con mis ojos. Pestañeo sin flash y me siento en un banco al lado del muro. Me asomo y veo el agua abajo, que sube y baja. Y esto me llama, sin embargo, caigo de mi abismo interior y volteo.
Solo necesito una parada de colectivo y volver, para guardar las dos tazas solitarias en su lugar, para usarlas nuevamente, a su llegada.


IV

Al recibir la llamada, solo atinó a colgar el teléfono lo antes posible. Su voz no era la que deseaba escuchar, sin embargo tuvo que soportarla hasta que el tubo tocase la base del aparato. Tras el parlante se escuchaba la voz de aquella mujer, que por cierto nunca había escuchado por teléfono, pero que reconoció al instante por su forma de entonar. La noticia era la peor que hubiese escuchado en tiempos, justo cuando había conseguido estabilidad emocional hace dos meses con un amiga de la infancia.
Su viaje por aquellos lugares en las vacaciones le había traido unas cuantas historias de pasión. Pero la de la voz del telefóno había sido la última y más duradera. Fueron siete noches de la última semana antes de volverse. Siete noches seguidas, y pués, en tantas veces ya había perdido costumbres acerca del cuidado. Por ello, tras escuchar esa tonada en el aparato, primero se preguntó, "¿como tiene mi teléfono particular?", y luego, "esto no se oye bien". Lo intuyó al instante, lo imaginó sin darse cuenta, y antes de que se lo dijese se tomó de la cabeza.
Su pareja, que estaba allí al momento de atender el teléfono, vio su expresión, que tan solo duró un minuto. Él colgo y se quedó apoyado contra la pared, mirando el suelo y los ojos fijos en alguna baldosa imaginaria. Ella le preguntaba: ¿Que pasa, que te sucede?", y no es que él estaba shoqueado, sino que estaba pensando en que contestarle y como contestarle. Ella entendió que el estado y por ello se preocupó aún más. El rápidamente se dio cuenta de ello, aprovechó la situación, y habiendo conseguido el shock inicial, prosiguió a decir lo que no debía decir: "Ha muerto mi padre". Su padre había muerto de hecho, pero hacía cinco años. Ella no conocía mucha parte de la historia de él, ya que luego de la primaria, ella viajó con su familia a otra ciudad y se separaron. Luego se encontraron tiempo después en la universidad a la cual él fue a estudiar, dejando su casa.
"Tengo que viajar inmediatamente", le dijo. Tomo el télefono, llamo a la aerolínea y reservó un pasaje para la noche. Tomó su saco, una mochila chica con algunas cosas y se fue sin saludar, apurado. Ella entendió la gravedad y no se preocupó. Él debía regresar en unos días y seguramente se comunicaría en el transcurso de su viaje.

III

Tras 28 horas de vuelo, el hombre decidió bajarse del avión sin preguntar cuantas escalas más faltaban hasta llegar a su destino. Había descendido en 5 de las 8 escalas que tuvo. En la tercera de ellas, casi pierde el vuelo. Lo salvó su coquetería. Había dejado a una de las azafatas su anillo prometiéndole que se pondría otro igual dentro de unos años. La misma mujer fue quien recordó lo que tenía puesto justo al momento de cerrar la puerta, y puso una escusa para demorar el vuelo. Se cayo de repente llamando la atención de sus compañeras que estaban allí, adujo un desmayo, llegó una ambulancia a la pista, y la trasladaron al centro de primeros auxilios del aeropuerto. Allí se mantubo durante 20 minutos, mientras los pasajeros unos esperaban en el avión y otros decidían bajar a la zona de embarques. El piloto comunicó que tenían autorización para hacerlo y que avisarían por micrófonos el nuevo embarque.
La azafata, en la enfermería, disimulaba ahora una mejora progresiva. Tras varias reviciones de oídos, garganta, respiración, presión, pulso y cuantas cosas más, tomo unos vasos de agua, unas galletas saladas y se quedó recostada hasta el alta del jefe médico del aeropuerto.
El hombre, regresó creyendo estar retrasado, subió corriendo a embarques y si dio cuenta de que todabía se encontraban pasajeros del mismo vuelo en la sala. Suspiró, sacó un agua de la máquina de bebidas y se sentó. Como para no saber quienes eran los pasajeros del vuelo. Hacía 15 horas debía verles las caras. Los parlantes anunciaron lo esperado, tomó su saco y subió al avión. Al entrar, la azafata en la puerta lo mira y con guiño complice le extiende la mano con el anillo y le dice: "casi se olvida", a lo que él contesta "de usted no me olvido", a lo que ella responde "no, de su anillo".
El hombre en el avión se torna inquieto. Trata de dormir, pero no puede conciliar el sueño. Entonces se lanza a caminar por el pasillo, va hasta el fondo, entra al baño y se sienta un rato. A los pocos segundos alguien toca la puerta, pero él, que tenía puesta las manos en la cabeza tapándose los oídos, no lo escucha. La persona del otro lado, entiende que no hay nadie y entra. Era ella. Él levanta la cabeza al mismo tiempo que ella cierra la puerta y se da vuelta, casi instintivamente levantándose la pollera sin pensarlo. Cuando se da cuenta de su situación se encuentra mostrándole al hombre su ropa interior y se queda atónita mirándolo. Este, tambien se queda atónito, con las manos apunto de agarrarse la cabeza, o mejor dicho, dejándose de agarrar la cabeza, como si se hubiera detenido la acción a mitad de camino entre las manos relajadas y agarrarse la cabeza. El hombre entiende que ella ha entrado por voluntad propia y pues en menos de un segundo solo se para y se dirije a ella. Ella en menos de un segundo se encuentra con los brazos de él tras su espalda.
Tras varios minutos la puerta del baño se abre y ambos se asoman como si una muchedumbre estuviera para vitorearlos o abuchearlos del otro lado. Nada, las luces están bajas, adelante se ven dos azafatas casi borroneadas charlando y entre medio todas las nucas desordenadas en insonmio. Salen y el hombre se sienta en el primer asiendo vacío del fondo que encuentra. Mientras mantiene la mirada en la caminata de ella, que se une luego a la conversación de las azafatas. El sigue mirando. Al cabo de un rato, se da cuenta de que las tres dicen una frase y miran hacia atrás, y así constantemente. El avión aterriza y el baja una vez mas.

II

Estaba en la estación terminal, esperando unas cuantas indicaciones más. Por los vidrios espejados se veían ese sin fin de personas, una muchedumbre enloquecida, correteando por el gran hall. En el fondo, casi fuera del alcance del horizonte de mi vista, una chiquilla sentada en un banco, sola. Miraba para todas latitudes, con los brazos cruzados. Desde aquí no divisaba exactamente la expresión de su cara, pero su cara se movía para todos lados.
Atento a esto mas que a el altavoz, mantenía la mirada fija en aquel punto, que se esfumaba ante cada persona que pasaba de un lado al otro. La veía de a partecitas, siempre con la cabeza hacia un lugar distinto. Afiné la visión y encojí mi cuello hacia adelante, y obserbé mas detenidamente. En sus pies llevaba unos zapatitos blancos, era lo que mas se notaba desde aquí arriba. Sus rodillas estaban sucias, mas bien raspadas, y sus medias... no tenía medias. Yo tenía abrigo, y allí abajo supuse que tambien hacía frío. La muchedumbre estaba bien abrigada mas bien.
En cambio de arriba tenía un saco color verde opaco con capucha, que la tenía cubriendo media cabeza nomás. En sus muñecas habia unas pulceras, que parecían mas bien brazaletes de lo grandes que eran. Típico de niñas. Su edad no alcanzaba, supondría los diez años. Y por las dudas mejor no saberlo.
Mi cabeza estaba aún mas compenetrada tras el vidrio espejado. Sus ojos parecían bien blancos, casi sin pupilas, y estaba tratando de descifrar su expresión cuando de pronto un anciano sin bastón, pero con anteojos negros, me lleva puesto y me pide perdón mirandome a los ojos. Yo cortesmente devuelvo su pedido y rápidamente volteo la mirada hacia el hall.
La niña no está en su silla. Miro en las sillas aledañas y tampoco, quizá había perdido el sentido del punto en el espacio. Pero no, era esa silla. Empiezo a recorrer velozmente como una mira de fusil toda la sala, en zigzag y cerca, debajo mío veo dos hombres, tomándola de los brazos, y dejándola caer al piso. El refilón de balcón donde estoy y el vidrio por encima no me dejan observar mas de cerca. Hubiese sacado la cabeza para mirar mejor. Me inclino lo que puedo hasta achatar mi nariz, pero no llego a ver mas que dos hombres robustos mirando hacia abajo de donde estoy yo. Llego a divisar las manos de la niña que se aparecen por mi campo visual unas cuantas veces, como una desesperada mujer que se ahoga en el mar, sin salvavidas ni nada.

I

El avión se elevó, un lunes por la madrugada, como si nada. Bajo las infinitas estrellas y una luna que pretendía ser llena, pero ya era cuarto menguante. Su carrera hacia el cielo es una formalidad, como dentro de él, donde los discursos sobre emergencias, precauciones, prohibiciones y horarios se suceden unos tras otros.
En su posición oblicua, los pasajeros se retuercen de miedos y paranoias, hasta que por fin sienten el nivel. Los líquidos internos dan la sensación de tener algún paralelismo con el piso, y entonces todo vuelve a la normalidad.
Por fuera de las ventanillas se ve a lo lejos un leve brillo tras el firmamento, hacia el occidente. Al cabo de dos horas, el primer asiento se encuentra vacío, mientras que el resto padece de somníferos prolongados. Por el pasillo la mujer recorre sin pensar con la cabeza gacha y los ojos perdidos. La azafata se le acerca y trata de convencerla de que se siente, pero la mujer con algunos ademanes de brazos intenta decirle que se aleje. En eso, un pequeño bache en el aire y la mujer cae al piso. No se levanta y queda quieta sentada con las piernas abiertas en el suelo, las manos pesadas hacia adelante y entre medio la cabellera que cae hasta la piso. La azafata, que se reincorpora se va hacia atrás. Al rato trae a un comisario a bordo y otra azafata más, quienes la toman a la mujer del los brazos y la devuelven a su asiento, adelante.
Yo desde la mitad del avión, vuelva la mirada hacia la ventanilla. Entre medio, dos personas despatarradas durmiendo tapadas con frazadas. Tras el vidrio el cielo estrellado, y en el reflejo, los niños de mi derecha del otro lado del pasillo, que juguetean sin dormirse.

1 comentario:

Gustavo Tisera dijo...

Muy bueno tu blog! Muy interesante tu estilo de escribir. Un saludo y nos leemos...