Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

21 diciembre 2006

Cuarto Susurro

No olvido
ni tu ojos, ni tus pesañas.
El tiempo que pasa
las garabatea
en la memoria
una y otra vez
y se niega a
borrarlas sin gloria.

No puedo
evitar pensar en tu boca
ni tus aires, ni tu lengua.
El pechocho gusto
y sabroso silencio
solo crujido por
pequeños mullidos
y bulliciosos besos.

No es posible
intentar apartar tus manos
ni la cintura, ni la nariz.
Aun cuando requiera
de las mías para entenderlo,
son movimientos
involuntarios con voluntad,
que en solitario
no suele aprendérselos.

No es justo
lo que quiero irme
y menos triste sentirme
porque haber conocido
es haber encontrado una luz
que por primera vez no molesta
ni enceguese, ni provoca
el alejamiento de la mirada.

Porque es una luz
tenue y brillante al observarla
de grandes matices
y posibilidades que depara
de fondos y transfondos
y aún asi, no hay con frenarla.

Porque es un aliento
sin sabor a viejo,
fresco y suave como una sábana,
que murmura palabras
y susurra pedidos
y se encuentra atascada
queriendo latidos de
infinitos mismos corazones.

Porque se enciende
y se apaga, y se vuelve,
y otra vez, y no para de
ser quien es,
parada, caminando, corriendo,
siendo un privilegio de miradas
y sofocantes ataques
tiernos, con vuelvos y accidentes.

Y asi, sigue parada,
y sabe del respiro
y sabe del tiempo
y sabe del silencio
y sabe de la quietud
y sabe de la presencia
y deseo sorprender
y deseo ser
y deseo amanecer
y deseo heladamente
y pienso o no pienso
ni siento o siento
que puedo o no puedo
pero no hay dudas
de lo tanto y mucho,
con tantos adjetivos
sinonimos y calificativos,
que te quiero.

19 de Diciembre de 2006

... VA

13 diciembre 2006

Propiedad

Es el tiempo de las tierras sin dueños. Como los surcos de la arena, como los sueños.
En diferentes momento o en otros. Pero en esos que son, ni de relatos ni de cortos, mas bien, de historias sin dirección o código postal para encontrar.
Sin embargo, en los países comunmente como subdesarrollados, a los que paso a llamar "países", son las cuestiones puramente cotidianas las tierras sin dueño. En los alrededores de cualquier parte existen, pero tambien las hay adentro. Ahi, justo donde hay huecos, donde se asientan los sin propiedad con esa necesidad de apoderarse de algo.
En otras épocas no existía tal cosa ni tal otra, pero seguramente hubo apropiados y despropiados.
Mas, aún, cabe recordar que nadie es dueño de algo, a menos que el clamor popular y el clamor interior coincidan en la misma premisa.
Los sueños, se tornan indescifrables, sobre todo cuando el borrón sobreapasa los tiempo de recuerdo, y se apodera de las imágenes. Con el paso del tiempo, el ser humano se ha vuelto en un soñador empedernido, en un adicto al sueño. "Soñar no cuesta nada". Claro que no, materialmente, monetariamente, no. Pero, ¿que hay del costo de la vida?

... continuará...

05 diciembre 2006

I

"Ciertamente, no hay nada cierto
si es tu disierto ese lugar incierto.
Que quieres de lo que yo quiero,
por que si eres tu, es un acierto."

Clausurado

Estas son las últimas cosas, escribía ella. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Como las vacaciones pasadas. Como los últimos caminos, los últimos puentes pasados, los autos en la carretera. Estas son, las cosas que no volveré a ver jamás. Los bellos paisajes, sus sierras, sus lagos, los pájaros de alta montaña, las aves de mar, las escurridizas ardillas, las liebres tímidas y los conejos del campo.
En realidad, no quisiera verlas más. Es mi decisión, y es irrevocable. No lo intentes. Desde el momento en que me perdí correteando a una de ellas, caído al lecho de la cascada del arroyo por el mini barranco, volver temblando de frío a media tarde cuando el sol ya caía, y verla en la puerta, esperándome para jugar nuevamente. Creo que eso desencadenó mi decisión. Esa noche, quise a toda costa, atraparla y cocinarla. Mi madre estaba en la cocina, y yo corría por fuera. Y ella me preguntaba, ¿qué haces?. Nada, respondía yo. Pero quería atraparla a esa maldita liebre, guardarla en un caja, y cocinarla algún día que ma no me vea.
Indefectiblemente, esta decisión la vengo tomando desde hace mucho tiempo. Claro, que en aquellos momentos, eran simples situaciones, que podían suceder en una casa como esa. Yo jugueteaba con todos los animales, excepto uno, el caballo. Siendo chica, dicen mis padres, me agarre a la pata del caballo con tanta fuerza como lo hacía con mi padre cuando llegaba de la ciudad. Pero eso, el caballo no lo entendió, y me lanzó por el aire. Siempre me llamo la atención porque no se sentía atracción por los caballos. Nunca iba al establo, a menos que mi madre me pidiera que llevara algo. Ese lugar era muy grande, y yo me perdía en mi dimensión de niña. Y de noche era tan oscuro, que ni la luz de la luna –cuando había– que entraba por las ventanas cercanas al techo en ve, lo iluminaban. Creo mejor, que desde lo del caballo, comencé a tomar la decisión, inconscientemente.
Esto no es todo, para tu asombro. Cuando nos mudamos a la ciudad, porque yo debía comenzar mis estudios en el colegio, mis compañeros me decían de todo. Granjera, cara de conejo, ¿trajiste la pala?. Y si bien, yo me sentía orgullosa de todo eso, no quería que me lo repitiesen en la cara, casi escupiéndome, y encimándose en cada recreo. No se si fue tan así, era la imagen que me quedaba, la de todos apuntándome con sus miradas, acusándome de haber nacido en una cuna de paja. Esos niños eran malos, y las niñas peor. Ellas se la pasaban con sus espejitos chicos de mano, y sus cepillos, los mismos que usaba para peinar a los animales. Pero ellas, eran personas, y nunca se me hubiera ocurrido pasarme eso por la cabeza. Ahora de más grande, creo, pienso, ellas eran animales.
El tiempo fue curando todo, a tal punto que mi primer novio lo tuve en último año de la escuela primaria, pero ese verano se perdió. Volvimos al campo de vacaciones largas, para festejar que había terminado mi primer etapa de colegio. Cuando volví para inscribirme en el colegio secundario, de camino hacia el lugar, pasando por aquellas calles donde el me besaba, estaba allí. Era la calle de sus besos, no de los míos, era su espacio, porque en mi lugar había otra niña. El nunca se dio cuenta de que pase detrás de el, mirando en el punto fijo, porque estaba de espaldas, en cambio, ella si. Levanto la mirada, y me guiño el ojo. Ella no me conocía, pero yo a ella ahora si.
En el colegio secundario mi mala suerte estuvo a punto de romperse. Mi primer año fue excelente, tenía muchos amigos, y había comenzado a salir de noche con ellos. Al otro, a las dos semanas de comenzadas las clases, mi padre me aviso que debíamos mudarnos de ciudad, por recientes negocios en otros campos. Me despedí de ellos tan rápido, en una clase, que nunca supe si realmente eran amigos o compañeros de curso. La inscripción al nuevo colegio no tubo éxito. Ya habían pasado las fechas iniciales, las prórrogas, y ni siquiera quedaban vacantes. Entonces fui al nuevo campo a ayudar a mi padre.
Lo primero que hizo fue enseñarme a montar un caballo, a pesar de mis excusas para no hacerlo. Ni bien me subí, el caballo se alzó de cola y espalda y luego levantó sus patas delanteras a la altura de su pescuezo. Caí y nunca más me subí a uno. Todo el año acompañaba a mi padre en la tarea. Los peones que cada tanto venían a hacer trabajos de mantenimiento, me miraban constantemente. Y eso era incomodo. Ahora me doy cuenta. Estaba comenzando a crecer mi cuerpo. Al año siguiente retomé los estudios. Mi iba mal, había perdido un año de práctica. Repetí. Luego pasé los dos años siguientes tan rápido que no recuerdo nada de ello. Solo me viene a la mente, los constantes retos de mi madre, su posterior enfermedad, el velorio, el camino al cementerio, y el camino de vuelta a casa. Los caminos a la escuela como si nada. Mi padre se preocupó mucho porque no hablaba, entonces me daba plata para salir los fines de semana y conocer chicos. Me quería ver en compañía. Pero yo no le hice caso, y comencé a ahorrar. Cuando llegó el último día de la escuela, todos se abrazaban y se ponían de acuerdo para encontrarse, salir a festejar. Yo no decía nada, solo escuchaba, y me pareció estar de más. Por lo tanto, me fui, lo cual nadie notó. Camine hasta la terminal de ómnibus, y leí los destinos. Ese con montañas y lagos. Fui pregunte por ese, y respondieron el precio. Pedí dos. Uno para mi y otro para mi padre.
Cuando llegué a casa, papa no estaba. Espere hasta la noche y el no llegó. Al otro día el no estaba en su cama y pensé que habría llegado tarde y que se había levantado temprano para ir a trabajar. A la noche, me enteré por los agentes de policía en la puerta. Había sufrido un accidente con una máquina en el campo, y ya no estaba más. Al otro día, tú apareciste, y yo no sabía quien eras. Tuve que hacer un gran esfuerzo para darme cuenta que eras un compañero de secundaria.
Como tenía dos pasajes, por eso te invité. Y creo que fue lo único genial que me pasó desde que nací, las montañas, tus manos, los lagos, tus ojos. Nunca supe nada, hasta que estuve con vos. Conocí todo de golpe. Al principio pensé que te aprovechabas de mi ingenuidad, pero supiste ser caballero, para tenerme solo la última noche antes de volver.
Ahora solo espero que eso no sea un impedimento, no se los dije. Pero ahora te digo, que todo eso fueron las primeras y últimas cosas, gracias por todo. Te lo agradezco realmente, pero ya es tarde. Esta decisión la tomé hace tiempo, no se cuando, pero hace largo tiempo. Cada vez que recuerdo más, creo haberla tomado desde ese momento. Mis padres no volverán mas, ni lo campos. Si quieres puedo hacerte notas para que te quedes con ellos. Tampoco volverán los paisajes. A partir de mañana, estaré en el noviciado. Y no me busques porque está clausurado.


Ejercicio del Taller de Escritura de la UNQ, Ana Jusid,
sobre una frase de "El país de las últimas cosas" de Paul Auster

30 noviembre 2006

El balcón final

Hay personas tan delgadas, escribía, que a veces las arrastra el viento. Hay mujeres que parecen banderas flameando, como el pabellón de un castillo en ruinas. Hay hombres que no pueden siquiera caminar erguidos de tan flacos, se doblan, se quiebran.
A veces cuando paso cerca de ellos, siento un escozor, que hasta a mi me enflaquece. Siento como sus órganos están débiles. Siento su hambre, los gruñidos del estómago. Siento como tintinean entre si las costillas. Cuando un hombre se agacha, parece que no se levantara más. Y a veces no se levanta más. Y cuando no se levantan, quedan allí, mirando con los ojos perdidos, buscando un cielo que no existe. Con los ojos blancos. Si en cambio, se levanta, sabrás que ha iniciado el camino final. El camino que lo lleva al otro lado de su imaginación.
Las mujeres, en ocasiones continuas, se rinden. Pero aquellas que luchan, sobreviven largamente y muchas veces puedes verlas ayudando a otros hombres a levantarse.
Ella escribía, creo, muy rápido, como una cronista desesperada en busca de un historia para el matutino dentro de dos horas. Las hojas estaban arrugadas. Me pareció que en algún momento las habría tirado y luego, arrepentida, sacado de algún tacho. La letra se entendía a duras penas. Estaba deslizada debajo del renglón imaginario, y desganada. Había continuas tachaduras. Cuando abrí el sobre, cayeron de él, pequeñas borraduras. Luego, al buscar en el interior, note cierto desorden en las esquinas, y dobladillos involuntarios en el papel, lo que me dio a entender el apuro que ella tenía por enviarme esto.
La carta no estaba fechada, ni con remitente, pero inmediatamente deduje de quien era. Hace tanto que la esperaba. A ella, o algo. Cuando llegó la carta, la mire con fastidio, miré al cartero de reojo mientras el me ofrecía su planilla y una lapicera y me invitaba muy amablemente a dejar sentado de mi conformidad de recibimiento. Conformidad, que luego al cerrar la puerta, y sin subir las escaleras, se deshizo cuando al terminar de abrir la carta, vi su estado. Mientras subía los peldaños, fui deshaciendo el poco medido triple doblez, me sostenía en la baranda, leía dos líneas y continuaba otros escalones más. Así hasta el descanso.
Estoy en el lugar que soñé, decía el papel. Aquí el sol brilla todo el día y de noche no refresca. Sin embargo detrás del pueblo, en dirección norte, están los cerros nevados. Dicen los pueblerinos que el lugar tiene un microclima especial, debido a que todo esta construido sobre un río de lava subterráneo, a muchos kilómetros de mis pies. Ayer hubo un pequeño temblor, yo me asusté, pero el inquilino vino a tranquilizarme inmediatamente. Me explicó que estos temblores aparecen cada tanto, hace ya cincuenta años. A unos cuantos kilómetros, por la carretera norte, hay aguas termales, y más allá, otros cuantos kilómetros hacia adentro, están los geisers. Dicen que las aguas son benditas, especiales. Muchas personas vienen a curar su cáncer de piel aquí. Yo he ido allí todos los días. Las primeras veces pagué por ello, ya que era todo privatizado. Una empresa había comprado esos terrenos. A la semana, conversando en el viaje de vuelta con otra mujer, me enteré, que adentrándose hacia los geisers, ya no estaba la cerca, y había más piletones de agua naturales. Comencé a ir allí. El agua era mucho más caliente, pero así luego de unos minutos, el cuerpo se acostumbraba. El único inconveniente era que al cabo de diez minutos, necesitabas salir un tiempo, porque se sentía como empezaba a arder.
Allí nomás en el descanso, di vuelta la hoja, mire hacia abajo, y observe por el ventiluz de la puerta. El cartero ya se había ido, y en la calle se encontraban dos señoras hablando, una de ellas a punto de entrar, con un paquete en la otra mano. Recordé que había dejado la comida haciéndose. Subí los dos pisos que quedaban con la carta flameando y el sobre colgando de mis dedos meñique y anular de mi mano izquierda. Subía de a dos escalones y a veces de a tres. Cuando llegue frente a mi departamento, sentí como en la planta baja, se cerraba la puerta. Luego al sentir los pasos rasposos sobre la escalera, metí la llave en la cerradura, y muy atolondrado la giré. Me metí sin dejar mucho espacio entre la puerta y el marco, casi de costado y cerré asegurando las tres trabas. Inmediatamente sentí el olor a quemado, y el humo que impregnaba la casa. Tiré la carta sobre el sillón y fui corriendo a la cocina. Antes de llegar, por el pasillo que me lleva a ella, desde el interior salían dos llamaradas por el costado de la puerta. Al acercarme, el calor era tal que no pude mirar adentro. Corrí, desesperado, tomé la guía, recordé el número, y llamé. Con voz entrecortada, escuche a la operadora, la música de caja musical, y al instante, mientras mis manos temblaba, una voz amable me atendió.
Le expliqué tan rápido la situación, que tubo que pedirme que le repitiera lento y pausado. Así varias veces, porque comenzaba tranquilo, pero me aceleraba inmediatamente. Luego de dar mi dirección, proseguí hacia mi habitación, para rescatar, en caso de que fuera muy grave la situación, mis cosas mas preciadas. Tome mi portafolio, la campera, y dos portarretratos. Cuando salía de la habitación, descolgué de la pared un almanaque y dos cruces. En el pasillo se sentía el calor tan fuerte, que no pude detenerme frente al mueble enano para sacar de allí las estampas de mis santos, y sobre todo porque allí estaba mi sortija de casamiento. Mi colección de monedas, las cartas y mi taza de café preferida. Solo atiné a encorvarme, tapando mi cabeza con la campera, y agachado me dirigí hacia el comedor. Allí estaba la carta entreabierta, y pensé que quizá tendría tiempo hasta escuchar las sirenas. Me senté en el sofá y continué en la siguiente carilla.
Por las mañanas me dedico a la gimnasia y camino por el parque, seguía ella. Por las tardes voy a las aguas termales y a la noche jugamos cartas y pocker con mis compañeras del lugar. Ayer vomité muchas veces, pero siento que mejoro y todo volverá a su lugar en algún momento. Los otros dice, me dicen constantemente, que es tiempo, paciencia y mucho rezo. Yo rezo siempre, todas las noches, todas las mañanas, en las comidas y cuando camino por el parque. El padre de la iglesia me ha enseñado muchas oraciones, y tenía algunos de nuestros santos. ¿Los guardas, no? Cuando les rezo a ellos, el día siguiente me siento bien, me levanto, luego de hablarles y salgo corriendo. Cuando no les rezo, me levanto y salgo despacio. Tardo en llegar al comedor, y todos me miran, como si de nuevo pasara lo mismo.
Se me dibujó una sonrisa, enorme, y me distendí en el sofá. Sentía su felicidad, en mi, su buen estar, como mía. Y pensar que ahora nos estaríamos quedando sin casa. Y pensar que ya me quedé sin ella, por indicación de los médicos.
Ellos si que saben sacar cosas, comenzó a escribir él sobre dos hojas sueltas en el estante de adornos. También me sacaron las ganas de ir a visitarte algún día. Pero hablo de sacar cosas, de sacar problemas. A ti, por supuesto, que no se mal interprete. Digo, que te saquen lo problemas a ti. Ahora estoy sin trabajo, el mes pasado discutí con el jefe. Desde entonces me dedico a la casa y recuerdo día a día cada rincón, cada espacio, hasta los que sólo tú conocías y tenías el acceso privilegiado, porque a ti te gustaban. Creo que la conocí tanto, que podría arreglarla o ponerla en venta, o quizá prepararla mejor a tu regreso, o mejor, estaba pensando comprar un perro, para que él tuviese un lugar más amplio. También, pensé en alquilar las habitaciones y yo vivir en el living. Estamos en época de inscripciones universitarias, y muchos estudiantes tocan el timbre preguntando si no hay lugar para vivir. A todos les he dicho que no, pero algunos insisten tanto, que los dejo pasar a que vean. Entonces, cuando ellos están subiendo, tiro comida por el piso, dejo la rejilla del baño abierta y la puerta entreabierta, tiro un poco de ropa por el pasillo, y desordeno con mis papeles la mesa del comedor. Yo, me cambio. Me pongo el pijama, y los atiendo. Entonces ellos se van, arrepentidos de haber querido subir, y así luego, tengo algo que hacer. Me vuelvo a cambiar, y vuelvo a dejar todo en su lugar.
Cuando di vuelta la hoja, me di cuenta de que el calor se sentía mucho más cerca, y también se veía por la ventana del balcón, que esta al lado de la ventana de la cocina. Y me faltaba leer la última hoja de su carta. Entonces, me puse cerca de la puerta del balcón, para tener aire. A los lejos se escuchaban las sirenas, y sabía que ya no quedaba tiempo, por lo que leía los últimos párrafos rápido, salteando palabras, casi como buscando las ideas principales.
Ya no quiero más. Difícil de entender. Hoy te escribí. Tengo poco tiempo. No es fácil hacerlo. Guarda las estampitas. Reza. Perdón. Escribirte después, mucho tiempo. ¿Vendrás?. Yo no se. No creo. Cuida todo. Cuídate. Ya me siento mal nuevamente. Temblar. Sirena. Tengo que salir. Dejo, cartero, envíe. Hasta siempre.
Cuando me dispuse a dar la vuelta hacia la mesa –allí estaba el sobre–, vi frente a mí el fuego. Ese que no había querido ver, porque estaba ocupado. Solo hacía calor. El estaba allí, como queriendo decir algo, en espasmos continuos. Pero no decía nada. Y yo esperaba con la boca abierta a contestarle, pero continuaba dubitativo balanceándose. Y crecía más, parecía que quería decirme algo importante, porque sentía ya su abrazo en mi espalda, en mi cuello. La carta la apreté, la abollé y la guardé en el bolsillo de la camisa. Y las líneas que había escrito, en el bolsillo del pantalón. Así, no se mezclarían las hojas y no habría confusión.
Las sirenas se oían desde hace rato. Y llegué a pensar que era la voz del fuego, pero rápidamente caí en sí, y di cuenta de que eran a quienes había llamado. ¿Sería la amable mujer, que vendría apurada por mi historia, a rescatarme?. No tenía mis santos, no podría rezar. Abrí la puerta del balcón. Las llamas, salieron antes que yo, como desesperadas por aire, por espacio y por multitud. Yo salí luego por debajo, gateé hasta donde pude y allí quedé, esperando el milagro.

Ejercicio del Taller de Escritura de la UNQ, Ana Jusid,
sobre una frase inicial de "El país de las últimas cosas" de Paul Auster

28 noviembre 2006

Querido, te mojaste?

La lluvia está tan mojada que sobresalen los huesos de mis hombros, pegándose la camisa como una desopilante babosa, o como una mujer que solo le importa la plata. La gente camina, y se desentiende de toda situación. Un mar de babosas sin camino claro, que se mueven en vaivén imitando a sus pares, las serpientes.
De pronto, un rasguño, y otro. Un golpe, y un pinchazo. Miro hacia todos los costados y es irritante. Sales del trabajo, luego de que tu jefe te ha llamado la atención por no haberte limpiado los zapatos al entrar en la mañana. Claro que lo hace cuando estás yéndote. El muy infeliz podría decírtelo en otro momento, pero no antes de irte. Te vas mal predispuesto, pateando las piedras que están esparcidas en la entrada, escupiendo al piso, puteando al aire. Antes de la comida quizá, aunque te bajaría al apetito, pero incluso tendrías por delante más horas de trabajo para descargar. Al llegar, pues no sería algo tan notorio, comparado con el parco saludo de bienvenida diaria. O en su oficina en cualquier momento, donde tú puedas descargar alguna inofensiva defensa, o intentarla de algún modo. Alguna manera de no quedarte solo carcomiendo tu bronca. Incluso hasta podrías pegarle, insultarle, o hacerte el sordo. Mejor aún, irte y dejarlo hablando. Pero el muy infeliz tiene que mover su dedo índice como haciéndole cosquillas al aire, tembloroso y malicioso. Y lo tiene que hacer cuando ve mi cara sonriente, devenida de las ganas de irse. Sabiendo yo que me espera Mara en el bar de la esquina Arbizu y Chagaray, aquí cerca a solo cinco cuadras, a cinco minutos. Sabiendo él que… El no sabe nada, nunca ha sabido nada. Es el hijo del jefe, y por ello es el gerente de área. Ni siquiera sabe de que se trata su sector. Yo no soy ninguna de sus cinco asistentes por la sencilla razón de ser “un” y no “una”. Ve a saber que hacen en las reuniones que duran cinco horas, allí dentro. Debe ser un acoso desigual y vomitivo.
Las dos más jóvenes son bellas, amables, y se visten …, pero Dana, es desproporcionada por donde se la mire, no solo eso, sino que aparte usa polleras del tamaño de su antebrazo, y camisas ajustadas, que dejan casi al aire toda prominencia. Verle las piernas es como ver un ojo irritando y sangrante de una tira policial de historieta. Y no tiene descaro de tambalearse de aquí para allá. Y de la cara, mejor no hablar. Quizá si fuese amable como las dos muchachas, sería el centro de atención del lugar. Pero eso no existe y esto se le suma a la figura, sacada de un cuadro de Botero. Recuerdo el primer día que ella llegó, de haber perdido cada tanto minutos en mi trabajo, por asomarme desde mi box y observarla. No podía evitar, debía sacarme esa duda de la primera visión. Como cuando alguien presencia un accidente, y su morbo hace que no pueda apartar la vista, aún comprendiendo la situación.
En cuanto a las dos señoras mayores, ellas simplemente cumplen su tarea desapercibidamente. A veces si paran cuando pasan cerca de mío. Son charlatanas, también un poco chusmas. Pero nunca cuentan nada del jefe. Son muy leales.
Esta vez, el tráfico esta mas atestado que de costumbre. Llego tarde, y a Mara no le gusta esperar. Encima ahora verá mi expresión de enfado y me preguntará lo sucedido. Pero siempre resuelve los problemas con ternura. Solo cinco palabras, cinco caricias bastan para sacarme una sonrisa. Temblorosa, pero sonrisa al fin.
-Señora, porque no camina por afuera!- reacciono sin pensar violentamente girando mi cabeza mientras camino, dirigiéndome a la viejecita que acaba de rozar su paraguas en mi garganta. Paso las yemas de mis dedos, tratando de averiguar la zona molesta y siento un ardor. Un ardor fuerte, pero no tanto como el que me viene en lo ojos y mis pensamientos.
Nunca he querido comprar un paraguas. Me parecen el elemento más inútil jamás inventado por el hombre. Ocupan espacio, en el bolso, la cartera o donde sea, y ocupan espacio en la calle. Son aparatosos para desplegarlos ante la eventualidad y se doblan ante la mínima ráfaga de viento. Los paraguas ayudan a uno a mojarse un poco mejor. Distraen la vista y es por ello que corres más probabilidades de meter los pies en algún charco, por lo que estarás aún más mojado y más irritado. Por eso, no llevo paraguas. Aparte porque desde que mi madre me abrió uno a los cinco años intempestivamente delante de mí, creo que nunca he querido saber nada con ellos.
La lluvia es adorable, acaricia, y es suave. Cosquillea y afloja los músculos. Es una ducha constante, un calmante. Su sonido, que puede ser adormecedor como aterrador, también. Porque negarse a tan profunda expresión de la naturaleza. Porque evitar lo inevitable. Porque esconderse del agua, quien no nos abandona, e incluso nos contiene.
-Pero, que vieja idiota!- pienso al instante y me dirijo casi sin pausa: -use el paraguas para lo que es y no para taparse la cara!!!-
Estoy en la esquina del edificio del trabajo, y he tenido que esquivar a la inutilidad a la altura de mi pecho. Es increíble, pero la gente se olvida. El paraguas pasa a ser su elemento mas preciado y uno el oponente. Sales del subte, otro espacio inhabitable. Sales desesperado para tener un poco de oxigeno, caminas esquivando y codeando a la muchedumbre. Te diriges a la escalera casi con sensación de alivio, cuando de pronto te topas con una lanza de metal, que de casualidad no te apunta algún miembro. Levantas la cabeza un poco más y ves como se asoma amenazante la parte trasera de un paraguas entre en el brazo y el cuerpo de quien tienes de espalda en frente tuyo. Lo mueve de adelante hacia atrás, como si fuese Caperucita con la canasta. Entonces se lo aferras fuertemente, y casi al mismo tiempo te corres a un costado, hacia otra hilera que sube la escalera, mientras tu oponente se da vuelta repentinamente en posición de defensa.
Es allí cuando se para en el medio de la escalera, a dos peldaños del descanso y un metro de acabarse el techo de la salida a la calle. Suelta su cartera y la sostiene en su entrepierna. Toma el paraguas del mango, lo empuña hacia delante, aprieta el botón y desparrama la tela como un pavo real. Justo al mismo tiempo en que yo paso al lado, producto de haberme cambiado de carril, y me llevo puesto todas las plumas.
-Hay…, perdón- dice inocentemente, y se queda parado, mirándome, mientras tres señoras desde atrás le piden que se mueva. Mi respuesta es un sinfín de memorizaciones del diccionario de malas palabras, los ojos mirando hacia arriba por un instante, y sin voltearme para no ver al inútil, trato de salir de la cueva.
Sigo caminando mirando abajo y reprimiéndome, tratando de no pisar las malditas baldosas flojas de las veredas que la municipalidad se niega arreglar.
La siguiente esquina es un amontonadero de gente esperando cruzar la avenida. Bocinas y olas surfeadas por autos. Y un mar de techos circulares con sus lanzas cayendo de costado, de todos los colores, formas y tamaños. A esta altura no se si esta nublado de nubes o de paraguas que apagan la luz. Lo que es seguro que aún entre tantas inutilidades, me sigo mojando.
Las siguientes dos cuadras en días sin lluvia es un aparcadero de personas mirando vidrieras, entrando y saliendo con bolsas. Gente que repentinamente se frena, otras que se cruzan por delante. Es algo realmente sufrible. Pero los días con lluvia son aún más feroces. Los toldos, balcones, protectores, entradas profundas y demás salidas por sobre las cabezas deberían funcionar como perfecta pasarela anti-moje. Aquellas personas con pilotos, cobertizos y paraguas debieran circular sin ningún complejo bajo lluvia, tranquilos, moderados, sabiendo que su destino los espera secos.
Insufriblemente uno se arremete a todo lo contrario. Camina pegado a la pared, buscando todos los sitios cubiertos. Al mismo tiempo debe evitar todo asalto de lanza a los ojos o al cuello. Rasgaduras de vestiduras o sacos enganchados. Los insultos lo carcomen por dentro y no puede evitar agacharse por debajo del paraguas del enemigo y mirarlo furiosamente al punto de querer escupirle con precisa puntería en el medio de los ojos.
Cuanto más crece el ser humano mas imbécil se torna. Es por ello que se me acalora la cabeza, se contraen los músculos y mis ojos se enrojecen. Es por ello que una señora mayor con su paraguita, un señor de traje con un paraguas doblemente mas ancho que su brazo, dos mujeres con una sombrilla de hollywood, y millones de especimenes de variadas similitudes se bambamlean inútilmente bajo los techos sin tener ninguna piedad de quienes no tienen consigo un inútil paraguas. Van de aquí para allá por esta angosta pasarela.
Finalmente decido apartarme de tan incompetente muchedumbre, y opto tomar el camino adyacente que me conduce tranquilamente hacia mi destino, pero cada vez mas mojado.
-Querido… te mojaste?- dice ella, mientras trato de sacarme las gotas que cuelgan de mi nariz, mis orejas y mis párpados.
Mi ira se desata por el interior hasta secarme con tal irradiación. Mis ojos la miran fijamente y se suceden dentro de él continuas imágenes y de métodos de cómo estrangular a una tan tierna y bella dama, que me mira muy ciegamente y apoya el costado de su cara en mi pecho, abraza mis espaldas y me dice: “Deberías haber traído el paraguas”.

Ejercicio literario realizado en el Taller de Escritura de la UNQ, Ana Jusid

21 noviembre 2006

Porque me cree su perro

Y sacaréme la niebla
el turbio zumo oscuro del traspienso
la pulpa
la soborra de mente
toda su gris resaca me sacaré hasta el meollo
antes de que se asiente
la áspera espera arena que taté teté yo y lamí
y tragué yo en la sed
a trago tardo largo
lo hueco
lo plenamente hueco y que no es más que hueco
pero crece
sin fin ni sino o causa o pauta o pausa me sacaré yo el lastre

/ que no lastra
por no saber a piedra
por no saber saber
ni saber no saber
los decesos del seso y sus desechos me sacaré yo de pie
junto con tanta sombra sórdida que sobra de cuanto fue

/ y no fue
o fue fue
y no se fue
aunque retorne al árbol del primo primo simio me sacaré yo

/ sin tino la maraña
demasiadísimo humana
y mil y miles vueltas y revueltas y contras y recontras
y sus colas
y sus entelequitas y emocioncitas nómadas
y más y más
de cuajo me sacaré el obtuso yo zurdo absurdo burdo que aún

/ busca ser herido aunque sonría
entre otros obvios sordos escombros naturales
y restos casi muertos de algún yo otro propio que todavía ulula
porque me cree su perro.


Oliverio Girondo. "En la Masmédula"

03 noviembre 2006

Segundo Susurro

Soy nueve camellos
en fila en el desierto
y siete dias
en la semana
que llueve sin tiempo
ni suerte, ni filo, ni.

Mis seis diarios
y dos llaves
bien suaves y un cerrojo.
Y muchas filas
ni sillas, no siento,
ni disiento, solo son.

Cuartos y siervos.
Quintas veces, eres
y sostienes el cielo.
Sabelo el siseo
de pasar noches
por que es tan, tan.

Truenos y silos
vientos, asilos,
abismo, riscos,
viscos, añicos.
No reproches largo
no hay tragos amargos.

Siluetas, zetas y vueltos
sueltos con diez sueños.
Suena, silabea,
sostiene, colorea,
retuerse y no pierdas
este dulce susurro.


3 de Noviembre de 2006

...a VA

07 octubre 2006

Tres historias sobre lo mismo

(con moraleja interpretativa)

"Se concentraron dos dragones a 20 km del fuego de aquellos cavernícolas, y al oir sus voces susurrando, pensaron que quizá, los estarían reemplazando, ya que al lado de ellos brillaba aquello que ellos mismos habian producido por años. Esto, terminó por extinguirlos, ya que el hombre no necesitaba mas de ellos, y ellos eran absortos por su misma arma"

"En un paraje lejano de la costa, de la altura y del llano, surtieron en el cielo abierto dos aves, que jugueteaban sin deseo alguno de lastimarse. Pero una de ellas picoteó sin querer por encima del ojo, cayendo esta en caída libre. Cuando la primera vió lo sucedido, voló mas fuerte en favor de la gravedad, y sostuvo a la misma a los cinco minutos de haber acontecido el infortunio. Pero ésta, con su inercia y el peso de su compañera, cayó también junto con ella, con tan buena suerte, que como no había ni altura ni costa ni llano, siguieron volando, y la herida cicatrizó al cabo de unos dias"

"Caminaron hasta el cansancio cuando uno le dijo al otro: -¿porque hemos caminado tanto?, podríamos haber tomado algo y llegado más rápido-. A lo que el otro respondió: -he preferido caminar largo, porque he decido conocerte hasta el cansancio-"

6 de Octubre de 2006

06 octubre 2006

Susurros

Se surca tu mirada
en esa increible batalla
de luces y chillidos
razos y fruncidos
delatados y torcidos
de adormecedora premisa
y petulente suerte.

Bástago y rasgos
vierte su sonroja
que mas acoja a la prisa
y la brisa ensayada.
Que es tu línea?
esa, que destiñe,
y en tono de payada
torno a ti, se siñe.

Quiebra esa sonrisa
con aireos y cortinas
que suaves se deslizan
y amanecen.

Se enloquecen
en surtidas mantas,
que santas se idílean
y se corresponden,
como un burdo orden.

Mamar, amar.
Hazle tu guarida
a la creciente bondad,
que deshoja y aloja
profundo en tu pesar.


6 de Octubre de 2006

...a VA

Dilema estacional del querer

Quien sabe como y porque,
pero te conocí en primavera.
Quien sabe para que,
pero te soñé en verano.
Quien entiende de que,
pero te perdí en otoño.
Quien piensa, quien,
pero el invierno esta pasando.
Quien sabe, quien sabe,
si pasará la rueda por el mismo lugar?

(cosas 2006)

28 septiembre 2006

Rima IX

"Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en Occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza.
Y hasta el sauce, inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso. "



Gustavo Adolfo Bécquer. "Rimas, narraciones y leyendas"

27 septiembre 2006

Cóndor y cronopio

Un cóndor cae como un rayo sobre un cronopio que pasa por Tinogasta, lo acorrala contra una pared de granito, y dice con gran petulencia, a saber:
Cóndor. -Atrévete a afirmar que no soy hermoso.
Cronopio. -Usted es el pájaro mas hermoso que he visto nunca.
Cóndor. -Más todabía.
Cronopio. -Usted es mas hermoso que el ave del paraíso.
Cóndor. -Atrévete a decir que no vuelo alto.
Cronopio. -Usted vuela a alturas vertiginosas, y es por completo supersónico y estratosférico.
Cóndor. -Atrevete a decir que huelo mal.
Cronopio. -Usted huele mejor que un litro entero de colonia Jean-Marie Farina.
Cóndor. -Mierda de tipo. No deja ni un claro donde sacudirle un picotazo.


Julio Cortazar. "Historias de cronopios y famas".

Historia

Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.


Julio Cortazar. "Historias de cronopios y famas"

25 septiembre 2006

Imagen tierna


Imagen tierna, y sosiego.
La sombra de un sueño,
de un sauce y de un beso.
Dos piernas, un pliego.
Una luna de madrugada,
el sol y su blanca mirada.

Negro brillante, suave.
Un libro de hojas lacias,
inclinadas al viento.
De norte a sur se desliza,
en el pómulo, a la izquierda
y rozando su beso.

Como el mar tranquilo.
Transparente delante,
su fondo un cardumen.
Ceñidos, quietos, netos.
En puntas sobre el hueso,
preciosos en resumen.

Suelta, inquieta, tímida.
Descansado su inferior,
arriba un puente colgante.
Abertura oscilante,
suspiro lento de amor,
un empalago, un ardor.

Corteza de savia morena,
tallo al despejado cielo,
conversan miel y obrera.
Vértigo sincero, ordenado
desde la tierra hasta su techo.
Un horizonte troquelado.

Se posa sobre su nube
el pájaro pensativo,
que con su recitativo
revolotea la mirada.

El canto se desliza
en continua cascada,
y deja en la única terna
aquella imagen tierna.


...a PRG

24 septiembre 2006

Reflejos

La pasividad y su nana
burbujas a montones,
borbotones de colores.
Calmantes, solanas.

Carretes de siseos
y cientos de manteles.
Se mueven, se distienden,
las brisas y un fraseo.

Rojos incesantes que adormecen
verdes almirantes que estremecen
cielos colgantes que se mecen
luces inquietantes que amanecen.

Y un lerdo oleaje, sobrio.
Serio y punzante movimiento,
desnudo movimiento de ropaje,
Sutil líquido de cimientos.

Saltos, arcos y brillo.
Lejos, apegado, invadido.
Altos, mantas y cantos.
Hilos, rizos, doradillos.

Rojos durmientes que no cesan
verdes estremecedores almirantes
cielos mecedores que descuelgan
luces de amaneceres que te aquietan.

19 septiembre 2006

Cuento bibliográfico

No hubo ninguna vez. Ninguna que yo recuerde o me recordasen mis padres. Ahora no tanto, pero siempre hay reminiscencias, los recuerdos, en definitiva son para recordarlos, y de su repetición dependen.
No hubo ninguna vez en la que, un sonido no halla sobre excitado la cóclea. En este caso particular nunca. Desde aquella vez que asomé, cada llamado fue distinguido por distintos tonos, cada uno tenía su significado. Todas las mujeres eran mama” y según mi punto de vista aquellas de tamaño grande eran “mama”, en cambio las mas pequeñas eran “mama”. Por ejemplo, “mama, mama” quería decir algo así como avisarle a mi madre algo sobre mi hermana. De a poco el entorno se fue adaptando, entendiendo y agudizando su percepción auditiva, ya que cada una tenía su tono, y no debía haber lugar a la confusión.
No hubo ninguna vez en la que mis actos no tuviesen destinos musicales. Así como un niño corre tras una pelota, algunos se dejan correr por sus mascotas u otros ni siquiera corren, porque el televisor no se mueve, quien les habla podía realizar esta acción y todas sus consecuencias, con una única constante: la música.
En épocas preescolares, en el Parque Centenario los domingos solían realizarse musicales. Había que estar allí para correr, jugar, andar en bicicleta, pero indudablemente el plato fuerte de la jornada era pasarse una hora sentados en aquellas sillas, prestando y dejándose llamar la atención por lo que ocurría en el escenario. El advenimiento de la primaria, trajo consigo la flauta dulce, que de tal no tenía nada para mi familia, pues escucharla una, dos, tres veces no tenía problema, pero escucharla una y mil veces resultaba incómodo.
No hubo ninguna vez en la que mis actos y mis palabras no tuviesen, sin darse cuenta, un fin musical. Cuando tuve que decidirme por una actividad entre dos a realizar los sábados, ni lo dudé. Era o, seguir en la escuelita de fútbol o, inscribirme en la actividad del grupo de exploradores que había en el colegio.
La secundaria trajo grandes cambios. Por un lado en un colegio técnico no existen las materias artísticas, ya que técnica y arte parecieran ser antónimos en nuestra educación. Por otro, coincidió con el cambio de la flauta dulce a la trompeta ruidosa. ¿Como?, en el grupo de exploradores había una banda, no de guitarras y bajos, sino de instrumentos de viento. Un lugar donde aprendías de cero y te ibas metiendo de a poco hasta ser parte de la misma.
Claro que en este caso la trompeta ruidosa, era tal para mi familia. Nada agradable cuando se emiten los primeros sonidos y se intentan las primeras melodías. Menos aún cuando se ensayan los ejercicios y las partes.
Por último fue el mismo año que ingresé al Conservatorio de Música, actividad que quedó trunca debido al tiempo que insumía el colegio. En definitiva, no solo no había materias artísticas, sino que tampoco dejaba espacio para buscarlas. Así y todo, la Banda me dio el espacio para crecer, a los tumbos, a pura intuición, pero me lo dio.
Alguien se preguntará cuanto tarde en aguantar en ese colegio. Pues seis años, todos, ya que mi intención luego del Titulo de Técnico en Computación, era Ingeniería en Sistemas, siguiendo los pasos de mí hermana.
No hubo ninguna vez en la que mis actos, mis palabras y mis decisiones no determinaran mi futuro, y quizá también el de los demás. El acercamiento del fin de la obligatoriedad estudiantil, me hizo pensar aún más. Solo, interesaba la música y entonces me pregunté ¿Cómo puedo de la misma manera conjugar, mis intenciones secundarias, mis intereses artísticos y que todo eso sea de carácter universitario? ¿Cómo evitar la fastidiosa pregunta de ¿y que mas?, inmediatamente después de comentar de que continuaría mis estudios en el Conservatorio luego del colegio? Y que mas, que! Era mi respuesta. Justamente, como para que no abunden las coincidencias, una compañera más grande de la Banda, estudiaba una carrera en donde coincidían las computadoras, el teatro, el cine, la orquesta, la composición, el sonido. Parecía el combo perfecto de un Mc Donal´s universitario.
La entrega de títulos en la escuela técnica, coincidió con la entrega simbólica de la batuta en la Banda. No era para menos, pero con tan sólo diecinueve años recién cumplidos, era el encargado de llevar adelante la actividad que me enseñó. Aquello me dio otras perspectivas, me maduró de golpe, en todos los sentidos. Muchas de las decisiones fueron erradas, otras acertadas, muchas fueron personales, otras en función de los demás, muchas fueron tristes, otras alegres. Alcancé mi mayoría de edad con un vuelco de experiencia, en algunos casos un poco desafortunada, pero que resultó de gran provecho para los tiempos actuales.
Lo que siguió fue una enmarañanda rutina y convivencia de responsabilidades y funciones. Enseñar y al mismo tiempo aprender. El Conservatorio, la Universidad, la Banda, las actividades exploradoriles, algunos trabajos, entre otras tantas. Pero siempre el mismo destino: el arte, la música. Distintas y últimas experiencias compositivas y de dirección, me siguen determinando posibles diferentes rumbos.
La universidad, y la carrera que me detiene en ella, me abrieron la cabeza en otras áreas, me generaron la atención de otras tendencias, y lograron conjugar y atender mis inquietudes post secundaria. Esta vez si, lo técnico y lo artístico tienen unas cuantas letras en común de las cuales surge “Composición con Medios Electroacústicos”, teniendo como prefijo la palabra Licenciatura, un título universitario.
Hasta aquí llega este cuento, simplemente su introducción y alguna que otra punta para el nudo. Colorín, colorado, sin fin, no acabado. A 23 años de asomar por primera vez todavía aprendiendo y creciendo, pero no hubo ninguna vez en la mis actos, palabras y decisiones no hallan sido netamente musicales.

Ejercicio del Taller "Seminario de Expresión, creatividad y escritura" de la Universisdad Nacional de Quilmes.

15 septiembre 2006

Presentación

En este espacio podrás leer todo tipo material. Se aceptan propuestas, envíos y comentarios. Particularmente podrás leer material propio. Poesía y prosa. Me mueve literalemente un poco más lo primero y seguramente será lo de mayor abundancia. Podrás encontrar, con el tiempo, links a otros textos interesantes o citas que valgan la pena ser mencionadas.
Mi nombre es Luis Tomás, nacido en 1982 en la bella ciudad de La Paz (Bolivia). Formado con las costumbres y mayoría de los valores argentinos desde 1984. Podría resumirse que "soy boliviano por sangre y argentino por adopción". Estudiante de música en diferentes áreas, casi siempre del lado
académico. Es muy temprano todabía decir que soy. Quizá dentro de 50 años podrá anteponerse a mi nombre alguna profesión.
Simplemente me debo a toda manifestación artística, siendo la música la principal, la literatura mi contención, el audiovisual o cine mi anhelo y las plásticas mi inicio; no se descarta la apreciación por las demás, sólo que no tengo tanto contacto. El deporte es mi segunda debilidad. Cualquiera sea. Guarda con el arte muchas coincidencias de todo tipo, incluso semiológicas . Deporte, Arte. Palabras que se unen poéticamente.
Campo artístico, campo físico, campo intelectual, campo espiritual, así se forma el ser humano. Los dos primeros ya mencionados antes. Los dos segundos son de tal gran importancia que no puedo dejar de nombrarlos.
Yo tube la posibilidad de conocer al mundo, y ojalá este acto sea recíproco alguna vez.

Luis Tomás