Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

04 agosto 2007

Las dos piedras

Pudieron haber sido de la misma cantera, pero en realidad simplemente eran de la misma zona. Disímiles, bien distintas. Sin embargo se encontraban a pocos kilómetros una de la otra. Por el suelo, el polvo serrano, sus cuchillas al viento y el sol hace árida la tierra y la somete hasta desparramar en ella un sollozo feroz.
Allí las piedras son simplemente un objeto expuesto a las inclemencias de la naturaleza, pero también del hombre.
Por donde quiera que sea, puede pasar un carruaje y hundirlas, pasando ellas a formar parte de un camino que lleva a cualquier parte y conlleva destinos. También puede pasar algún motor moderno, y dejarlas llenas de humo gris y porquerías extra naturales. O una sandalia, un zapato o una bota, que finamente y sin querer posa sobre ellas un paso de entre tantos hacia algún lugar.
Las dos piedras sobreviven a todas situación, sobre todo si tenemos en cuenta que conviven con millares de otras piedras. Una gran población, ruda y sin tapujos para desbarrancar a otras. Aquí sobreviven las piedras, en el amontonadero, como chatarras. Acomodándose a veces entre ellas para dar lugar a algo nuevo o chocándose para producir una catástrofe.
Puede ser parte de una mano para herir o de un pie para pasar el tiempo de otros. Tantas cosas pueden ser las piedras que nadie se le ocurre ni siquiera que estamos rodeados de ellas. Que están en muchas paredes de nuestros edificios, en las plazas, en las veredas y las calles antiguas.
Pero así como tan negras vemos las piedras, muchos las utilizaron como gran demostración de arte. Como los ancestros que sobre ellas tallaban dioses. Tallaban su historia, dejaban huellas de figuras y mas figuras. Símbolos por todos lados. Significaciones y millones de adornos de piedra. Columnas, paredes, arcos, techos, cimientos. Todo.
Las dos piedras se conocieron en el bolsillo de una mochila, bajo el cálido sol del atardecer, tras largos recorridos sobre las espaldas. En la oscuridad del bolsillo se friccionaron sin verse, hablaron, golpearon y hasta cantaron en pequeños sonidos mientras viajaban hasta el próximo destino. Cuando saltaron a la superficie para descansar un poco se vieron y se rieron de tanta diferencia entre ellas. Pero al fin y al cabo, eran dos piedras, similares en forma, dureza y grandeza.
Una era bien blanca, brillante, con la luz reflejando por cualquier parte. Podría haberse confundido con un metal precioso, pero al mismo tiempo opaca, de un blanco de pared y con algunos recovecos llenos de polvo. La otra era grisácea, con pecas negras, muy lisa, casi ovalada. Opaca, pero con tintes brillosos entre sus pecas, con pequeñas incrustaciones de una luz que rebotaba por sus lados cóncavos. Un piedra acostumbrada a la tierra, a revolcarse, y por ello su color, para mimetisarse entre los suelos polvorientos y los caminos pedregosos.
La blanca necesitaba un labado de cara. Al cabo de hacérselo vio su cuerpo tan brillante que el espejo era una fuente de energía solar más. Nunca había creído todo eso de no ser porque la otra piedra le insistió en hacerlo. Así, devolviendo los favores, la piedra blanca le pidió a la negra que se dejara frotar un poco, que seguro saldría algo de luz allí también. Pero la piedra gris se rehuso, aduciendo que eso sería inútil, ya que así había sido toda su vida y no veía razón por la cual cambiar. La blanca no huyo ante tal postura y en cambio continuó alabándola para demostrarle cuanto podía valer su brillo ante sus ojos. Le comentó que dentro del bolsillo de la mochila veía unos pequeños puntos en la oscuridad delante de ella, y que no podrían venir de otra parte que de su corteza pecosa. Que esos eran sus ojos que podían iluminar cualquier oscuridad y al contrario de ella, que era toda blanca y la luces se amalgamaban tan rápido en su piel, ella nunca había podido ser una luz dentro de un lugar sin sol. Pues que lo que a simple vista parece, a veces no es tan fácil de lograr, ni tampoco tan difícil de entender.
Solo bastó un poco de soledad. Tanto la gris como la blanca se apartaron. El viajero vio a una y la puso en el bolsillo de siempre. Al no encontrar la segunda, decidió continuar su viaje con una sola. A unos cuantos metros de haber comenzado se topó con la otra y aliviado la tomó en sus manos y la metió en el otro bolsillo. Ambas piedras no sabían que seguían el mismo viaje y creían que ya no volverían a verse. Ambas piedras meditaban profundamente acerca de las palabras de la otra. La grisácea antes alejarse le contestó a la blanca con palabras escuetas pero que dejaron a la piedra desconcertada por tal respuesta. Simplemente le habló de que nunca se había topado con una piedra de tales características, que simplemente no creía que existían y que menos aún pudieran decirle a uno lo que le había dicho acerca de su brillo escondido. También le mencionó sobre su brillo innato y natural, que no necesitaba mas que aceptarlo, pues eso haría que pudiera servir de guía en la oscuridad.
Una en cada bolsillo mantuvieron caminos distintos, pero el mismo a la vez. Sin saberlo continuaban una al lado de la otra, separadas por una pared de otros tantos elementos, los cuales no tienen importancia. Pero ambas seguían en el mismo carruaje y tras la misma espalda que las sostenía y que desconocía la historia que había transcurrido y transcurría al haberlas tomado en algún momento, simplemente por el gusto y atención que le habían causado.
Hoy las dos piedras descansan en algún sitio. Llegaron a alguno, no importa cual, lo que importa es que cuando se bajaron, se toparon e inmediatamente dejaron de lado su grandeza y su rigidez y se abrazaron para permanecer juntas. Ambas quería volver a saber de la otra, al menos para agradecerse por las palabras que las intimidaron. Pero gracias al viajero que las recogió en algún momento y las mantuvo en el mismo camino, ellas siempre estuvieron juntas, aún sin saberlo. Quizá fue el deseo, y esa soledad necesaria en algún momento. También fueron estas dos cosas las que unieron nuevamente a ambas.
Cuando se acercó la primera noche, blanca brillaba enrojecida de timidez y gris apuntalaba con sus puntitos luminosos la timidez final. Una sumatoria de tímidas caras que se sumergieron para dar lugar a una luz propia, y sin necesidad de esconderla, aún en la timidez que la provocaba. Cuando salió el sol por primera vez, las dos piedras eran una sola. El calor de sus timideces y de sus luces y abrazos, las había forjado en una sola, juntando ambas propiedades e historias pasadas. La piedra final también dejo de ser rígida, porque el calor las había ablandado, pero seguían manteniendo su firmeza con un toque de elasticidad. Pero su grandeza había aumentado, y ahora ya no cabían en la mochila de aquel ángel que las condujo, cuidó y unió. Ahora necesitaban otro espacio mas amplio. Ambas salieron al mundo en busca de su propia compartida historia.

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