Cdad. Bs As., Buenos Aires, Argentina
Paciente estudiante o inquieto, músico en progreso o en decadencia, escritor amateur o poco profesional, mujeres en receso o en recreo

16 agosto 2007

Tres tiempos de un sueño

Esto es de hace un tiempo, pero recién lo subo ahora. Algún día completaré el tercer tiempo, futuro, del sueño.
Tampoco es un cuento, aunque esté en esa categoría del blog.

Ayer soñé que te besaba, eternamente. Que los labios se transformaban en enes dimensiones. Que los dientes abrigaban ese aliento para que no se escapara. Que la lengua mantenía aireoso el gusto. Los ojos se dormían, o mejor dicho, se adormecían. Las narices se solapaban como los engranajes de una máquina de ternura. Las orejas eran privilegiadas testigos de tanto semblante. Los ceños al contrario de lo normal, estaban totalmente dispersados, relajados, sin ensañarse. Las frentes se miraban continuamente, e incrédulas, seguían mirándose. Los cabellos se estremecían, entre otros diez cabellos más gruesos.
Tras las glándulas gustativas, convergían increíbles situaciones. Todas difusas, pero ninguna confusa. A veces eran caballos, tropillas y tropillas de tropillas. Otras, arroyos, ríos y afluentes de afluentes. Como una lupa que mira un punto y luego se aleja, comenzando a ver millones de puntos. Como ver tu casa desde el espacio, y alejarse hasta ver la casa de tu casa de tu casa.

Muchos momentos eran pájaros que volaban y se cruzaban con otros, entonces ya no seguías esos, sino los otros. Pero estos atravesaban otra bandada, entonces estos, diferentes de los anteriores, reacaparaban la mirada hacia otro lugar. Y luego, pasaban otra especie, que se dirigía en otra dirección. Y hacia allí se dirigían nuevamente los ojos. Hasta que llegaba a un lugar, una inmensa laguna, como un mar, donde estaban todas aquellas inquietas aves.
En ciertos momentos, no había imágenes, solo olores. Y allí se entremezclaban millones de aromas y sabores. Estaban rosas y dulces, poleos y licores, bosques y mares, humos y brisas. Y estaba ese olor, tan maravilloso, sin nombre, sin descripción, pero con únicos y propios dueños. Y allí se acababan los sueños, porque no era uno, eran varios. Encadenados. Allí me desperté y me pregunte: ¿Era un sueño?

…Aunque no esté, intento estar, aunque no estés intento estar, aunque no estés querés estar, aunque no esté, querés estar. Se qué, no se por qué, pero sé que te levantarás y querrás hacer algo por vos. Y no sé en que parte de ello, leerás esto. Si antes de empezar, si en el intermedio o al finalizar. Aunque no lo sepa, lo hago igual.

Quién no intenta, no sabe luchar por lo felicidad, pero quien intenta tampoco, porqué la felicidad no se intenta, se quiere. Las luchas son paciencia. Las luchas también son perdidas. Las luchas son hirientes. Las luchas son reconfortantes. Las luchas son... son como la vida misma. Y la vida..., quien soy yo para decir que es la vida. Pero muchas luchas son una batalla, y muchas batallas son una guerra. Que fea comparación.
Empecemos de nuevo. Las luchas son inquietudes. Las luchas también son búsquedas. Las luchas son proyectos. Las luchas son reconfortantes. Las luchas son... son como la vida misma. Y la vida..., quien soy yo para decir que es la vida. Pero muchas luchas son una sonrisa. Y muchas sonrisas, son una lucha. Sonrisas para la salud, sonrisas para la juventud, sonrisas para el amor, sonrisas para el descreimiento, sonrisas para sobreponerse, sonrisas para quererse, sonrisas.
Ayer no soñé. Dormí tan profundamente que no soñé. Estaba tan cansado que no sabía como empezar y me quedé dormido. Es que ya había soñado. Estaba tan cansado, cansado físicamente, cansado mentalmente. Pero hay algo que nunca se cansa: el corazón. Y la gente no me cree. Y piensa que soy estratosférico. Y yo le digo a la gente que tan equivocada está. Que no soy el que nunca se equivoca, porque puedo pisar la misma tierra que vos, porque puedo tocar las mismas cosas que vos, porque tengo los mismos deseos que vos.
Era un hecho que necesita internarme en la profundidad de una almohada, que me esperaba impaciente para compartir mi sueño. Cuando vio que me sumergía hasta sus profundidades, hasta lo más oscuro, se puso mal. Se acurrucó, se enfrió, se arrugó y se impacientó. Miró para otro costado. Pero al tiempo, cuando estaba a miles de kilómetros de la superficie, se dio cuenta que estaba sosteniendo su cabeza. Que le estaba brindando una placentera profundidad al descanso. Y que eso era lo que necesitaba. Se dio cuenta que solo tenía que estar callada en su lugar, facilitando sus sueños.
Al despertarme, la almohada estaba ahí como todas las mañanas. Tantas vueltas, tantas veces, se cayó de la cama, producto de mis inquietas apariciones de noche. Pero siempre resolví que era mejor que volviera, por eso siempre la agarró y la acomodo. Porque no puedo dormir sin almohada.
Y como siempre, abrí los ojos, la vi bajo mis párpados, los volví a cerrar, la abracé, y continué.

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